“Imaginemos una ciudad donde no hay deseo. Supongamos por
ahora que los habitantes de la ciudad siguen comiendo, bebiendo y procreando de
alguna manera mecánica; no obstante, su vida parece chata. No teorizan ni hacen
girar trompos ni hablan figurativamente. A pocos se les ocurre evitar el dolor,
ninguno hace regalos. Entierran a sus muertos y olvidan dónde. […] El arte de
contar cuentos se descuida ampliamente.
Una ciudad sin deseo es, en suma, una ciudad sin imaginación.
Allí la gente piensa solo lo que ya conoce. La ficción es simple falsificación.
El deleite carece de importancia. […] esa ciudad tiene un alma aquinética, una
condición que Aristóteles podría explicar de la siguiente manera: siempre que
una criatura se ve impulsada a buscar lo que desea, dice Aristóteles, ese
movimiento empieza con un acto de la imaginación que él denomina phantasia.”[i]
La imaginación es el movimiento antes del movimiento. La preparación
de un viaje para expandir fronteras. Para empezar, las de quien viaja.
El primer viaje que emprendemos, el de la vida, comienza por
revelarnos que el mundo no es plano, que en su redondez hay volumen, que sus
movimientos y variaciones obedecen a fuerzas invisibles, que además de lo que
pasa sobre la superficie, de lo que se ve a simple vista, crece por dentro algo
que podemos nombrar como una espera llena de deseo entre un encuentro y otro. Como
un viajero imagina con deleite su llegada a destino. Porque es el encuentro con
otra persona el primer movimiento de la vida y el que anuncia que hay más de un
cuerpo y es también la primera manera de viajar, de atravesar fronteras.
La promesa que pone a andar la imaginación es la de un
encuentro amoroso que es preciso cuidar. No hay imaginación suelta, sin objeto,
siempre se dirige a algo distinto del que imagina, a otra persona, a otra cosa.
Para que el deseo sobre
algo (o alguien) no sea destructivo se activan caminos imaginarios, por atender
lo diferente se inventan lenguajes compartidos, se demoran los impulsos, se eleva
a potencia de fantasía todo lo que puede ser, y se elige. Una política de la
imaginación pone a una comunidad en relación receptiva con diversidad de criaturas
y de cosas. Abre el mundo entre lo esperado y lo inesperado, exploración de lo
desconocido. Entra en el tiempo y lo atraviesa. Nunca es solo hacia el futuro.
La imaginación es imprescindible para la empatía.
Esto lo saben y practican lxs niñxs, en su mayoría, cuando
todavía no fueron colonizados por el sentido común de lxs adultxs. Y es lo que
hace que aprendan con todo, todo el tiempo, viajerxs incansables.
Por eso elegí dos libros que son dos viajes. Porque en ellos
la ficción no es simple falsificación, no porque lo que se cuenta haya ocurrido
en realidad, más bien, por el trabajo con la metáfora, porque proponen
muchísimos inesperados y asombrosos viajes en su lectura, como capas que se
abren, unas dentro de otras.
Y porque reconocen a lxs niñxs como viajerxs de pleno derecho
y robusta imaginación, libros con la inteligencia de no ofrecer un mundo plano.
También podría decir que estos dos libros me eligieron y yo
soy su viaje, lo es mi lectura mundana, materializada en un momento específico
con sus vientos y mareas, con sus mapas de contornos políticos a capricho de un
orden que no siempre sucede en términos recíprocos y además porque aparecieron
con belleza de rara avis en esta jungla de libros.
Y porque me pregunto cómo circulan los libros entre países que
compartimos una lengua que no es la misma que fue hace cinco siglos, que a
veces prosperó en relación estrecha con otras lenguas y floreció diferente en
cada comunidad, se enriqueció con matices y bellezas sonoras singulares. Y cómo
en los libros elegidos las poéticas pueden, merced a un tratamiento literario, buscar
nuevos brillos en aquella lengua que todavía pulsa debajo de estas. Atender la
raíz arcaizante como principio poético, a la luz de lecturas nuevas.
Carlos Grassa Toro cuenta en el prólogo del libro Conquistadores en el nuevo mundo (Tragaluz
editores, Medellín, Colombia, 2013) que leyó muchísimas crónicas de adelantados
españoles que viajaron a las Indias antes de ponerse a escribir. Entró como
viajero del tiempo (ser lectores nos hace navegantes del tiempo) a esos textos que
fueron escritos entre finales del siglo XV hasta principios del siglo XVII, se
sumergió en esas prosas entre intención de testimonio y maravilla. ¿Cómo
nombrar lo nunca antes visto? ¿No es un
acto de imaginación lo que permite enlazar lo desconocido a una experiencia
propia? ¿No es la metáfora lo que rodea la experiencia para nombrar la
maravilla? ¿Y no es la maravilla ese efecto que suspende lo previsible y
penetra a fondo en el cuerpo para quedar, así como se dice, maravillado? Lo
inolvidable, lo que marca un hito, lo que se escribe en la memoria.
Grassa Toro espiga entre miles de relatos esos resplandores y
los encuentra. De la pluma de cronistas un poco anónimos, porque se trata de
eventos singulares que no realzan la épica de la conquista, más bien, muestran
un absurdo, circunstancias poco heroicas y encuentra para sus viñetas un tono
de picaresca. Relatos breves, el episodio enmarcado. Luego, debajo, un texto
para contextualizar los sucesos. Porque no pierde el hilo de la crónica.
Pep Carrió ilustra con volumen, elige trozos de maderas que el
mar arrojó por las orillas del viejo mundo (si algún mundo es viejo, si algo es
nuevo, o si es una mirada lo que hace algo nuevo con lo que había) e inventa
rostros para esos personajes hundidos en la selva, en experiencia con lo
extraño. Construye, esculpe, superpone, perfora; sobre maderas roídas con
texturas erosionadas, pinturas descascaradas, vetas abiertas, lisuras de tiempo
y de derivas, caracoles, hierros en estado de herrumbre. La materia se expresa
en la trama, el ilustrador la descubre y eleva a potencia deslumbrante el paso
del tiempo.
Cada personaje con su nombre, veinte de ellos, y debajo un
epígrafe que anuncia el episodio. El libro tiene la forma de un edicto antiguo.
Cada doble página una crónica, la imagen y el epígrafe. Así conocemos lxs
lectorxs a Juan Serrano, al que comió el tigre; a Juan Lorenzo que construyó un
puente sobre un río de caimanes; a Juan Fernández que de hambre mordió el alma
entre los dientes; a Benito Rosal que se salvó del terremoto y a una niña negra
con él; a Francisco de Lugo que tenía un perro que ladraba.
Y más.
Y cada epígrafe es una breve, brillante nota poética.
El otro libro que quisiera traer aquí es Las Indias. Versión del Diario de a bordo de Cristóbal Colón (Comunicarte,
Córdoba, Argentina, 2018)
Juan Lima escribe un poema en la voz de un Cristóbal Colón
demiurgo. Es un descubridor en la bondad del descubrimiento: la creación de un
mundo que aparece detrás de las palabras, nuevas, brillantes, traídas a la luz
con procedimiento de arqueología literaria, excavando sentido en las formas
antiguas, un trabajo sobre capas de cinco siglos para el hallazgo de una
sintaxis pulida al punto de introducir la atmósfera de otro tiempo con el
resplandor de lo recién descubierto.
subiéronse
todos
sobre
el mástil
y en la jarcia
y todos afirmaron
que
era
tierra
la hube visto
la he soñado
demasiadamente
todos
sobre
el mástil
y en la jarcia
y todos afirmaron
que
era
tierra
la hube visto
la he soñado
demasiadamente
Maravilla
de un Cristóbal Colón entregado a la contemplación de un mundo que nace del
acto de mirar, que inventa una lengua para nombrar el viaje, los pájaros, los
peces, las casas de los hombres y mujeres que ahí vivían y las flores
y grandes espesuras
odoríferas muy
de mil maneras
que era la cosa
más dulzona
del mundo
y grandes espesuras
odoríferas muy
de mil maneras
que era la cosa
más dulzona
del mundo
La poesía de Juan Lima sucede como una mariposa a punto de volar, suspendida en el primer
movimiento, de aliento contenido para advertir matices y detalles en el acto
reposado que puede ser mirar (o leer).
Para los lectores se abre el descubrimiento de un
descubrimiento, otro encuentro con lo nuevo por muy lejano en el tiempo, la
posibilidad de imaginar una llegada generosa a tierras abundantes en belleza y
el fondo de un acto poético que busca apresar lo que se escapa, el gesto de
entregarse a la maravilla en su duración efímera como una reverencia a la vida
y a lo que la vida trae.
estas islas pasan rápido
para vernos pasar
para vernos pasar
La voz poética imagina
un descubrimiento sensible, una entrada a territorio desconocido con
disponibilidad para leer los mejores augurios en los signos de ese mundo nuevo.
Christian Montenegro ilustra con austeridad de recursos en
máximo esplendor, a dos tintas, rojo casi cerámico y negro. El trazo se corre,
se borronea, se corrige, se superpone en layers como un registro in situ que
muestra la humanidad de la mano que captura en presencia, una lectura del
asombro que produce el descubrimiento y una simbología que alude al encuentro
de los dos mundos.
Estos dos libros, tienen en común, un tópico: el contexto de los
conquistadores españoles en Las Indias, y el hecho de que lo proponen desde dos
géneros periféricos dentro de la LIJ, como lo son la crónica y la poesía.
Conquistadores en el nuevo
mundo, de dos autores españoles, cruza el océano para
encontrar casa en las Américas. Las
Indias, de dos autores argentinos publicados en sus latitudes, cruza el mar
hacia esta Peonza que gira sensible a la maravilla del otro lado del océano, en
España.
““El trompo” de Kafka es un relato sobre un filósofo que pasa
su tiempo libre en compañía de los niños para poder asir sus trompos en pleno
giro. Atrapar un trompo que aún gira lo hace feliz por un momento porque cree
“que la comprensión de cualquier detalle, por ejemplo, el de un trompo que
gira, basta para comprender todas las cosas”. El disgusto sucede casi de
inmediato al deleite y arroja el trompo, se marcha. Sin embargo, la esperanza
de entender sigue colmándolo cada vez que los chicos emprenden los preparativos
para hacer girar sus trompos […].”[ii]
Me gusta pensar que entender es intención de acercamiento, una
pregunta con respuestas provisorias, un impulso para que el trompo siga
girando, un corrimiento del lugar de la certeza y una apertura a la claridad
del movimiento cuidadoso para pensar los múltiples mundos de este mundo.
Estos (y otros) eventos de conquista (en sus muchísimas formas,
en cualquier lugar del mundo y con sus devenires históricos) muchas veces
oscurecidos por la bruma del tiempo y las ideas cristalizadas y repetidas hasta
el cansancio, reciben alguna vez una visita que disipa la niebla con inesperados
procedimientos de reinvención, fuera de todo oportunismo didáctico. Es posible
encarnar palabras vivas para entrar a cualquier descubrimiento, invitación a una libertad por encima de todo vasallaje de lectura (y de vida).
Y la tranquila belleza de dos libros como ofrenda a los viajes
que se atreven por rutas inexploradas. Para navegantes de imaginación robusta,
lecturas que son gesto de audacia. Esos pequeños gestos que ponen en evidencia,
sugerida, silenciosamente, algo que permanecía oculto para que cada lector en
su singular lectura, lo encuentre.