jueves, 23 de mayo de 2019

Dos libros, dos viajes, dos mundos. Infinitas travesías.



“Imaginemos una ciudad donde no hay deseo. Supongamos por ahora que los habitantes de la ciudad siguen comiendo, bebiendo y procreando de alguna manera mecánica; no obstante, su vida parece chata. No teorizan ni hacen girar trompos ni hablan figurativamente. A pocos se les ocurre evitar el dolor, ninguno hace regalos. Entierran a sus muertos y olvidan dónde. […] El arte de contar cuentos se descuida ampliamente.
Una ciudad sin deseo es, en suma, una ciudad sin imaginación. Allí la gente piensa solo lo que ya conoce. La ficción es simple falsificación. El deleite carece de importancia. […] esa ciudad tiene un alma aquinética, una condición que Aristóteles podría explicar de la siguiente manera: siempre que una criatura se ve impulsada a buscar lo que desea, dice Aristóteles, ese movimiento empieza con un acto de la imaginación que él denomina phantasia.”[i]

La imaginación es el movimiento antes del movimiento. La preparación de un viaje para expandir fronteras. Para empezar, las de quien viaja.
El primer viaje que emprendemos, el de la vida, comienza por revelarnos que el mundo no es plano, que en su redondez hay volumen, que sus movimientos y variaciones obedecen a fuerzas invisibles, que además de lo que pasa sobre la superficie, de lo que se ve a simple vista, crece por dentro algo que podemos nombrar como una espera llena de deseo entre un encuentro y otro. Como un viajero imagina con deleite su llegada a destino. Porque es el encuentro con otra persona el primer movimiento de la vida y el que anuncia que hay más de un cuerpo y es también la primera manera de viajar, de atravesar fronteras.
La promesa que pone a andar la imaginación es la de un encuentro amoroso que es preciso cuidar. No hay imaginación suelta, sin objeto, siempre se dirige a algo distinto del que imagina, a otra persona, a otra cosa.
 Para que el deseo sobre algo (o alguien) no sea destructivo se activan caminos imaginarios, por atender lo diferente se inventan lenguajes compartidos, se demoran los impulsos, se eleva a potencia de fantasía todo lo que puede ser, y se elige. Una política de la imaginación pone a una comunidad en relación receptiva con diversidad de criaturas y de cosas. Abre el mundo entre lo esperado y lo inesperado, exploración de lo desconocido. Entra en el tiempo y lo atraviesa. Nunca es solo hacia el futuro.
La imaginación es imprescindible para la empatía.
Esto lo saben y practican lxs niñxs, en su mayoría, cuando todavía no fueron colonizados por el sentido común de lxs adultxs. Y es lo que hace que aprendan con todo, todo el tiempo, viajerxs incansables.
Por eso elegí dos libros que son dos viajes. Porque en ellos la ficción no es simple falsificación, no porque lo que se cuenta haya ocurrido en realidad, más bien, por el trabajo con la metáfora, porque proponen muchísimos inesperados y asombrosos viajes en su lectura, como capas que se abren, unas dentro de otras.
Y porque reconocen a lxs niñxs como viajerxs de pleno derecho y robusta imaginación, libros con la inteligencia de no ofrecer un mundo plano.
También podría decir que estos dos libros me eligieron y yo soy su viaje, lo es mi lectura mundana, materializada en un momento específico con sus vientos y mareas, con sus mapas de contornos políticos a capricho de un orden que no siempre sucede en términos recíprocos y además porque aparecieron con belleza de rara avis en esta jungla de libros.
Y porque me pregunto cómo circulan los libros entre países que compartimos una lengua que no es la misma que fue hace cinco siglos, que a veces prosperó en relación estrecha con otras lenguas y floreció diferente en cada comunidad, se enriqueció con matices y bellezas sonoras singulares. Y cómo en los libros elegidos las poéticas pueden, merced a un tratamiento literario, buscar nuevos brillos en aquella lengua que todavía pulsa debajo de estas. Atender la raíz arcaizante como principio poético, a la luz de lecturas nuevas.
Carlos Grassa Toro cuenta en el prólogo del libro Conquistadores en el nuevo mundo (Tragaluz editores, Medellín, Colombia, 2013) que leyó muchísimas crónicas de adelantados españoles que viajaron a las Indias antes de ponerse a escribir. Entró como viajero del tiempo (ser lectores nos hace navegantes del tiempo) a esos textos que fueron escritos entre finales del siglo XV hasta principios del siglo XVII, se sumergió en esas prosas entre intención de testimonio y maravilla. ¿Cómo nombrar lo nunca antes visto?  ¿No es un acto de imaginación lo que permite enlazar lo desconocido a una experiencia propia? ¿No es la metáfora lo que rodea la experiencia para nombrar la maravilla? ¿Y no es la maravilla ese efecto que suspende lo previsible y penetra a fondo en el cuerpo para quedar, así como se dice, maravillado? Lo inolvidable, lo que marca un hito, lo que se escribe en la memoria.
Grassa Toro espiga entre miles de relatos esos resplandores y los encuentra. De la pluma de cronistas un poco anónimos, porque se trata de eventos singulares que no realzan la épica de la conquista, más bien, muestran un absurdo, circunstancias poco heroicas y encuentra para sus viñetas un tono de picaresca. Relatos breves, el episodio enmarcado. Luego, debajo, un texto para contextualizar los sucesos. Porque no pierde el hilo de la crónica.
Pep Carrió ilustra con volumen, elige trozos de maderas que el mar arrojó por las orillas del viejo mundo (si algún mundo es viejo, si algo es nuevo, o si es una mirada lo que hace algo nuevo con lo que había) e inventa rostros para esos personajes hundidos en la selva, en experiencia con lo extraño. Construye, esculpe, superpone, perfora; sobre maderas roídas con texturas erosionadas, pinturas descascaradas, vetas abiertas, lisuras de tiempo y de derivas, caracoles, hierros en estado de herrumbre. La materia se expresa en la trama, el ilustrador la descubre y eleva a potencia deslumbrante el paso del tiempo.
Cada personaje con su nombre, veinte de ellos, y debajo un epígrafe que anuncia el episodio. El libro tiene la forma de un edicto antiguo. Cada doble página una crónica, la imagen y el epígrafe. Así conocemos lxs lectorxs a Juan Serrano, al que comió el tigre; a Juan Lorenzo que construyó un puente sobre un río de caimanes; a Juan Fernández que de hambre mordió el alma entre los dientes; a Benito Rosal que se salvó del terremoto y a una niña negra con él; a Francisco de Lugo que tenía un perro que ladraba.
Y más.
Y cada epígrafe es una breve, brillante nota poética.
El otro libro que quisiera traer aquí es Las Indias. Versión del Diario de a bordo de Cristóbal Colón (Comunicarte, Córdoba, Argentina, 2018)
Juan Lima escribe un poema en la voz de un Cristóbal Colón demiurgo. Es un descubridor en la bondad del descubrimiento: la creación de un mundo que aparece detrás de las palabras, nuevas, brillantes, traídas a la luz con procedimiento de arqueología literaria, excavando sentido en las formas antiguas, un trabajo sobre capas de cinco siglos para el hallazgo de una sintaxis pulida al punto de introducir la atmósfera de otro tiempo con el resplandor de lo recién descubierto.
subiéronse
todos
sobre
el mástil
y en la jarcia
y todos afirmaron
que
        era
               tierra
la hube visto
la he soñado
demasiadamente
Maravilla de un Cristóbal Colón entregado a la contemplación de un mundo que nace del acto de mirar, que inventa una lengua para nombrar el viaje, los pájaros, los peces, las casas de los hombres y mujeres que ahí vivían y las flores
y grandes espesuras
odoríferas muy
de mil maneras
que era la cosa
más dulzona
del mundo

La poesía de Juan Lima sucede como una mariposa a punto de volar, suspendida en el primer movimiento, de aliento contenido para advertir matices y detalles en el acto reposado que puede ser mirar (o leer).
Para los lectores se abre el descubrimiento de un descubrimiento, otro encuentro con lo nuevo por muy lejano en el tiempo, la posibilidad de imaginar una llegada generosa a tierras abundantes en belleza y el fondo de un acto poético que busca apresar lo que se escapa, el gesto de entregarse a la maravilla en su duración efímera como una reverencia a la vida y a lo que la vida trae.
estas islas pasan rápido
para vernos pasar
 La voz poética imagina un descubrimiento sensible, una entrada a territorio desconocido con disponibilidad para leer los mejores augurios en los signos de ese mundo nuevo.
Christian Montenegro ilustra con austeridad de recursos en máximo esplendor, a dos tintas, rojo casi cerámico y negro. El trazo se corre, se borronea, se corrige, se superpone en layers como un registro in situ que muestra la humanidad de la mano que captura en presencia, una lectura del asombro que produce el descubrimiento y una simbología que alude al encuentro de los dos mundos.
Estos dos libros, tienen en común, un tópico: el contexto de los conquistadores españoles en Las Indias, y el hecho de que lo proponen desde dos géneros periféricos dentro de la LIJ, como lo son la crónica y la poesía.
Conquistadores en el nuevo mundo, de dos autores españoles, cruza el océano para encontrar casa en las Américas. Las Indias, de dos autores argentinos publicados en sus latitudes, cruza el mar hacia esta Peonza que gira sensible a la maravilla del otro lado del océano, en España.
““El trompo” de Kafka es un relato sobre un filósofo que pasa su tiempo libre en compañía de los niños para poder asir sus trompos en pleno giro. Atrapar un trompo que aún gira lo hace feliz por un momento porque cree “que la comprensión de cualquier detalle, por ejemplo, el de un trompo que gira, basta para comprender todas las cosas”. El disgusto sucede casi de inmediato al deleite y arroja el trompo, se marcha. Sin embargo, la esperanza de entender sigue colmándolo cada vez que los chicos emprenden los preparativos para hacer girar sus trompos […].”[ii]
Me gusta pensar que entender es intención de acercamiento, una pregunta con respuestas provisorias, un impulso para que el trompo siga girando, un corrimiento del lugar de la certeza y una apertura a la claridad del movimiento cuidadoso para pensar los múltiples mundos de este mundo.
Estos (y otros) eventos de conquista (en sus muchísimas formas, en cualquier lugar del mundo y con sus devenires históricos) muchas veces oscurecidos por la bruma del tiempo y las ideas cristalizadas y repetidas hasta el cansancio, reciben alguna vez una visita que disipa la niebla con inesperados procedimientos de reinvención, fuera de todo oportunismo didáctico. Es posible encarnar palabras vivas para entrar a cualquier descubrimiento, invitación a una libertad por encima de todo vasallaje de lectura (y de vida).
Y la tranquila belleza de dos libros como ofrenda a los viajes que se atreven por rutas inexploradas. Para navegantes de imaginación robusta, lecturas que son gesto de audacia. Esos pequeños gestos que ponen en evidencia, sugerida, silenciosamente, algo que permanecía oculto para que cada lector en su singular lectura, lo encuentre.






[i] Anne Carson, Eros el dulce amargo, Buenos Aires, Fiordo, 2015; p. 232

[ii] Anne Carson, Eros el dulce amargo, Buenos Aires, Fiordo, 2015; p. 11