De lo que
pasa con dos libros cuando se derraman uno dentro de otro
El grito silencioso
Kenzaburo Oe
Anagrama, 1995
María Domecq
Juan Forn
Emecé Editores, 2007
Sabemos que uno lee para
encontrarse, que la literatura revela los mapas de la geografía interior de
cada lector. Pero en algunas ocasiones, raras y maravillosas, un libro aparece
en el momento justo y dice lo que la propia voz no puede. Y se hace cuerpo, se
hace piel. Eso me pasó con El grito
silencioso. Pero no fue fácil. No me entregué con docilidad a esa lectura. Porque
es un libro duro. Al principio me enredé, y acusé a mi ignorancia sobre el
Japón y su historia, de mi resistencia para la
entrega. Y no era eso, claro. Fue entonces otro libro, María Domecq, el que hizo de puente, me devolvió a la superficie y
apaciguó el ánimo para una vuelta cautelosa. Interrumpí la lectura del primero,
me sumergí más aliviada en el segundo para luego retomar el anterior, esta vez,
sin temor a la captura.
Con los dos libros me
enfrenté a los fantasmas de una estirpe maldita.
“Y si lo que tanto me
abrumaba era la fatalidad genética,
para llamarla de alguna manera…” (María Domecq)
¿Y si es eso lo que
abruma?
La fatalidad genética de un linaje
que arrastra la “culpa” de los antecesores y ha negado respuestas, ha guardado
secretos, que se clavan como puñales en el interior de quienes ahora se
enfrentan al enigma porque no pueden ya explicarse. Ni a los anteriores, ni a
ellos. A menos que encuentren pistas para develarlos. En María Domecq hay respuestas que llegan a tiempo, si llegar a tiempo
es eso que sucede.
Pero en El grito silencioso los secretos han
ahondado la hostilidad de dos hermanos que no pueden entenderse sin juzgarse. Que
arrastran la tragedia. Porque el juicio de uno sobre el otro niega la
posibilidad de un signo para nombrarla. No hay forma de conjuro. Flota como las
pesadas nubes de nieve sobre el pueblo de Ókubo.
“Se me ocurrió entonces que la causa
de mi desazón tal vez fuera que, en el fondo, me daba cuenta de que quienes les
sobreviven no pueden hacer nada por los muertos.” (El grito silencioso)
El grito silencioso no acepta lectores impacientes. No deja cabos sueltos, pero hay que
rastrearlos a los largo de las páginas porque la respuesta no llega justo
después de formulada la pregunta. Llega cuando uno ha olvidado esa inquietud,
cuando uno ya no puede protegerse de la respuesta. Gran, gran libro.
Muy recomendables los dos.
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