miércoles, 11 de septiembre de 2013


Escribí estas palabras para mis compañeros del Instituto Superior Dr. Antonio Sobral. Y se me ocurrió que también podían ser para tantos compañeros que no conozco. 


 Córdoba, Martes 10 de septiembre de 2013
Queridos maestros,
todos los que están aquí hoy,
a los que nos une sobre todo una elección: 
Porque estamos por eso, porque un día, cada uno de nosotros, vaya a saber por qué razones o emociones, eligió esta manera de estar en el mundo: la de acompañar a otros en la búsqueda de su propio camino compartiendo los prodigios que esta cultura pone a nuestra disposición.
Me conmueve pensar que somos/seremos los que repartimos un tesoro. Que no es de monedas. Es un tesoro simbólico hecho de larga memoria humana. De pensamiento que enlaza cada una de las vidas desde el principio de los tiempos. ¿No es misterioso y emocionante saber que somos los conectores de infinitos eslabones de ideas? ¿Que participamos de un diálogo que comenzó con el primer  ser humano sobre la tierra y terminará con el último?
 Eso que nos enlaza es un tesoro mil veces más valioso que cualquier otro. Y está en nuestras manos la tarea de hacerlo circular entre todos. Yo creo que ese es el mayor acto de justicia. Es más creo, que es la más terrenal y posible forma de justicia. Y ahí estamos nosotros, los maestros, herederos del arte de nuestros maestros en esta tarea anónima y cotidiana de dar continuidad. Que es como decir “de dar vida a los saberes”. Que los saberes sin personas que los piensen, los sientan y los duden no son nada. Son cosa muerta, vacía.
Entonces, queridos compañeros, somos miles de amantes invisibles de esta memoria colectiva. Hacedores laboriosos de esta casa que habitamos todos, la cultura. Con cada una de sus particulares formas, parte de algo mayor que nos contiene.
Lo más importante sucede al interior de cada aula que promete un mundo mejor. Porque a nuestro trabajo lo define lo particular. Cada día, cada grupo, cada alumno, le da sentido. Más cerca de la reinvención que de la repetición. En un tiempo que es más de promesa que de resultados apurados. Somos artesanos de la paciencia y de la espera. Nunca sabremos del todo qué ha pasado con eso que hemos compartido, nos mueve la confianza. Y no es poco.
Por eso, por la tarea cotidiana que se despliega en  cada aula del mundo y de nuestro país, por ese espacio de intimidad y encuentro con otros, hoy nos celebramos.
Para concluir, los invito a imaginar un abrazo enorme que nos contenga a todos  y nos de la fuerza y la esperanza de seguir, y soñar, y dejarnos tocar por esa magia de la que somos parte.


Laura Escudero