martes, 9 de octubre de 2018


La lengua de las ranas
(Sigiloso y fugaz acecho poético)
Qué es la poesía:
·                     ¿Una disposición?
·                     ¿Un movimiento en el mundo?
·                     ¿Una forma de vida?
·                     ¿Quizá el modo más humano de entrar en relación con algo?

Las ranas esperan quietas como budas a orillas de una acequia.
Atentas al movimiento.  
Cuando un insecto se acerca, sin salir de esa quietud alerta, la rana, despliega una lengua sigilosa y con movimiento preciso, pesca al bicho.
En un abrir y cerrar de ojos, sin alarde, porque se trata de un acto imperceptible, un truco de magia, sobre todo ejecutado con economía de movimiento, la rana captura su presa.
Durante mucho tiempo para explicar el procedimiento de la rana se recurrió a una explicación mecánica. Se dijo que la lengua envuelve el insecto y lo trae dentro de la boca.
Pero hay más.
Hace poco advirtieron que entre la lengua y la presa existe una saliva reversible: pringosa y de alta adherencia en el movimiento de primer contacto que enseguida se vuelve delgada y acuosa para cubrir con delicadeza el cuerpo del insecto.
El fluido que segrega la lengua de la rana, transparente, dúctil, imperceptible a la vista es evidente en su eficacia.
Por un instante fugaz, el de la captura, la continuidad orgánica entre cazadora y presa es total. Una se pierde en la forma de la otra. Son una y son dos de manera simultánea.
Quisiera tomar el atajo de este juego metafórico para hablar del trabajo de lo poético sobre lo humano.
En el trabajo con la poesía hay una forma que busca el rodeo de la cosa hasta hacerla parte propia. Como la lengua de la rana.
Como el recorrido de una caricia.
Entre la mano que se desliza y la superficie acariciada hay una tibieza, un magnetismo amoroso se derrama entre dos que se dicen algo sin palabras. Ese aire investido de amor que separa y conecta al mismo tiempo existe, es materia aunque no se ve, y es difícil de nombrar pero tiene efecto poderoso. Pasa algo y una sale distinta cuando la caricia ha capturado, ha conmovido.
Es difícil imaginar que alguien que no ha sido iniciado en la caricia pueda prodigar a otro ese gesto amoroso.
Es difícil imaginar que alguien humano no ha tenido la oportunidad de ser realmente acariciado con la fuerza imantada del afecto.
En ese espacio intersticial está la diferencia. Y se cultiva con generosidad genuina. Si tuviera que ponerle un nombre a ese espacio lo llamaría espíritu.
El espíritu aparece en el intersticio que se despliega entre una y lo otro. Es una zona liberada: libre de intereses, de impuestos, de ganancias calculadas.
Una acaricia a un hijo es su iniciación a la humanidad y sucede sin que nos lo propongamos. Un cuerpo humano necesita espíritu y se lo damos con la inauguración del espacio entre dos, en ese pliegue amoroso.
Son esos momentos intensos en los que las percepciones se expanden, se pierde la noción del tiempo, se expresan en el cuerpo sutiles matices nuevos.
Como una primavera.
Además de ser iniciados de ese modo en la escritura del cuerpo, en la densidad  exponencial de la recepción perceptiva, habremos de serlo también en el trabajo de cultivo de ese espacio en una misma.  Una disponibilidad a dejarse tocar, y eso, es en extremo difícil. Una delicada línea entre la confianza y el cuidado.
Entre intuición y pensamiento.
Lo poético procede de este espacio entre la lengua y lo otro. Me atrevo a decir que lo poético es el espíritu de la lengua. La zona intersticial entre el órgano de la rana y la presa. La secreción de esa lengua como acto cuidadoso de captura.
Y es eficaz justamente por su cualidad dúctil, líquida, de adhesión no forzada a la cosa.
Muchas veces se quiso explicar lo poético desde el trabajo mecánico de la lengua. Porque tiene regularidades y procedimientos anticipables. La rima y la métrica como formas preestablecidas facilitan la definición pero son totalmente incompletas para atrapar la esencia de lo poético, el espíritu innombrable, eso que toca o no toca, la adhesión magnética de los sonidos y la forma a la experiencia que ha querido capturarse.
Sin embargo, es una disponibilidad que se trabaja. No es natural ni espontánea. Así como es difícil imaginar que alguien que no ha sido iniciado en la caricia pueda prodigar a otro ese gesto amoroso, es difícil imaginar que alguien que no ha sido iniciado en lo poético (en el cultivo de la cobertura intersticial poética del mundo) pueda despertarla en otros.
Entonces otra vez hay que recordar que la escuela es la gran ocasión para el gesto democrático de ofrecer accesos a estos bienes intangibles, humanos, culturales y sensibles.
¿Y esto cómo se enseña?
Así como no hay una lengua de rana premoldeada para un insecto u otro sino que cada vez hay un trabajo de captura sensible, envoltura suave de la presa acomodada a su forma, así la iniciación poética es de habilitación de ese intersticio espiritual, disponibilidad para la entrega y entrada cuidadosa a una zona de las palabras envueltas, rodeadas, estimuladas bajo el pliegue sensorial, intelectual, emocional del cuerpo propio.
Se ofrecen espacios de densidad poética.
Se ofrece la experiencia de lo que ha abierto la poesía en una misma. Como un don. Como la caricia que humaniza al hijo recién nacido.
Hay que saber que es trabajo de tiempo demorado, de confianza para dejar hacer a la materia del poema sobre el cuerpo. Dejar que los sonidos, las voces, recubran la superficie sensible, penetren y toquen. El poema puede interpretarse como una partitura y hacerse marca sonora o puede seguir la huella de la memoria sonora del cuerpo que lee en silencio, que ya ha tenido anteriores experiencias abundantes.
Dar tiempo a que la lengua de cada lector segregue su propia sustancia de adhesión al poema. Dejar que las sensorialidades conecten con el pensamiento de manera voluptuosa porque hay un eros del pensar y del sentir que será preciso dejar venir para que realmente suceda algo del orden de lo poético.
Entonces muchas veces, quienes enseñamos, los que nos proponemos iniciar a otros en poesía somos de pronto presas de la adhesión sensible a un texto poético, somos sorprendidos e iniciados en una nueva zona receptiva, entregados al asombro. La captura de un resplandor tiene efecto poético.
Las ranas a veces también son presas:

La garza

Todas las veces
salvo una
los pececitos
y las ranas con lunares
reconocen
las patas de bambú
de la garza
a partir de las finas
y pulidas cañas
en los bordes
del sedoso mundo
de agua.
Luego,
en su última pulgada de tiempo,
ven,
por un instante,
la blanca espuma
de sus hombros
y la blanca curva
de su panza
y la blanca llama
de su cabeza.
¿Qué más se puede decir
de semejantes nadadores salvajes?
Estaban acá,
en silencio,
ya desaparecieron, habiendo saboreado
el terror puro.
Por eso inventé palabras
con las cuales pararme atrás,
en la orilla verde-
con las cuales decir:
¡Miren! ¡Miren!
¿Qué es esa muerte negra
que se abre
como una blanca puerta? (1)
Mary Oliver (Maple Heights, Ohio, 1935), versión de Tomás Maver
Gentileza de Natalia Litvinova
Paso los ojos sobre las palabras, su disposición en el papel, dentro mío suenan y acompaño tan profunda, intensamente a las ranas y los pececitos entre las patas de las garzas, siento que la materia sobre la que estoy es agua, tiene su densidad y fluidez. Percibo la claridad eventual de un rayo de sol que atraviesa la transparencia velada de la orilla, me muevo sedosa entre plantas acuáticas en una espacie de limbo fresco lleno de vida y de pronto algo me saca, se hace luz repentina y me traga. Eso llega a mí, en virtud del trabajo aéreo sobre la página, en adhesión conmovedora. Lo siento. Lo entiendo con una comprensión por lejos más enorme que la que he intentado con palabras precarias.
Se hace experiencia vital.
Me parece que se puede aprender algo más de la rana al acecho. Hay atmósferas que hacen propicia la entrada a lo poético. Y hay un trabajo sobre esas atmósferas y una misma. Unas técnicas sobre el cómo estar:
La disponibilidad para la contemplación, la meditación. Un estado de quietud alerta. De expansión sensible, presencia acompasada a lo otro. Dejar que el ritmo de lo que rodea se encuentre con el ritmo propio, la respiración, las respiraciones que buscan entrar al poema.
Me gustaría para terminar leerles un poema. Jugar con ustedes a que el vestido es la poesía y lo que le regalaron a la nena ha sido un poema.
Con permiso de Florencia Gattari:

Vestido nuevo

Era noviembre y una nena recibió de regalo un vestido.  
Enseguida se lo puso.
Pero nunca parecía buen momento para sacárselo.
Pasó el verano con sus soles y llegó el otoño con sus vientos.
La nena lo saludó entre volados.
Después de todo, ¿quién dice cuándo
es tiempo de sacarse un vestido?
¿Una mancha, tres arrugas,
el hilito que asoma
de un dobladillo
que se
des
co
se
?
Los vientos venían de otros otoños que quedaban lejos. Arrastraban papeles, perfumes, hojas secas.
También semillas que los pájaros dejaban olvidadas en cualquier parte.
 Aunque, ¿cuál es el lugar mejor
para una semilla?
¿El bosque,
un cantero,
una maceta,
el borde
de qué camino,
de qué jardín?
En el invierno, sobre el vestido hubo gorros y tapados y bufandas. Sumando capas de cebolla, no es difícil convertir un solero de noviembre en un traje de astronauta de julio.
Cuando volvió la primavera, la nena se sacó las bufandas, los tapados, el gorro. Y quiso ponerse radiante, como todo a su alrededor.
Pero le costó peinarse los brotes.
Uno de esos días le creció el tronco y se le alejó el piso.

 Porque quién sabe cuándo crece un árbol.
Y una nena, ¿cuándo?
Al principio tuvo vértigo y pensó en bajarse del vestido. O sacarse el árbol.
Esperó.
Descubrió que mirando para arriba se mareaba menos. Aprendió un idioma de silbidos mientras le florecían los bolsillos y le verdeaba el ruedo con hojas recién nacidas.
Hasta que una tarde decidió cambiarse de ropa.
Estuvieron de acuerdo: árbol y nena.

Se desprendió los botones y los brotes, y bajó.
Su familia organizó una fiesta para celebrar la vuelta de la nena. Y el cambio de vestido.
Le regalaron como veinte, de todas las telas, de todos los colores.
La nena eligió uno y se lo puso.
Por la ventana, les hizo un guiño a los pájaros del viento.
Hay muchos modos de lucir un vestido.
Hay muchos modos de cultivar un jardín. (2)

Que los poemas que lean en sus clases sean para sus iniciados/as como un vestido que no se quieren sacar. Que se hagan árboles, reciban semillas que broten otros poemas de los bolsillos, de los pliegues y dobleces, de la libertad de sacarse, ponerse, dejarse; en maceta, bosque o cantero. Que se hagan deseo propio muy profundo porque vaya a saber qué es la poesía, pero necesitamos su revolución sensible, su resplandor, su humanidad.

(2)
Resultado de imagen para el vestido nuevo florencia gattari


(1) The Egret


Every time
but one
the little fish
and the green
and spotted frogs
know
the egret’s bamboo legs
from the thin
and polished reeds
at the edge
of the silky world
of water.
Then,
in their last inch of time,
they see,
for an instant,
the white froth
of her shoulders,
and the white scrolls
of her belly,
and the white flame
of her head.
What more can you say
about such wild swimmers?
They were here,
they were silent,
they are gone, having tasted
sheer terror.
Therefore I have invented words
with which to stand back
on the weedy shore—
with which to say:
Look! Look!
What is this dark death
that opens
like a white door?

jueves, 6 de septiembre de 2018

Un principio poético


Todxs venimos, o deberíamos venir, de un acto inaugural poético. Que es como decir: de un deseo.
Un principio poético


Una voz me dio la bienvenida al mundo.
El acto amoroso inaugural fue una secuencia de sonidos engarzados en el aire por una voz humana que anticipó un lugar para mí dentro de la comunidad. No estaba sola. Y el trazo sonoro, esa marca, también fue un lazo de confianza. Para poder vivir al principio hay que creer en los demás. En algún otro que abre el camino a los otros.
Y a las cosas.
Alguna vez escuché un nombre anterior a todos los nombres y la cosa nombrada renació como aire que vibra en las cuerdas de un cuerpo.
Algo me nombró y me dio el don de nombrar en el tiempo perdido para la memoria que es la infancia. Ese momento en que la palabra todavía no asume su función instrumental y es el alma de las cosas. Se dice de los niños que tienen pensamiento animista, cuando el eco de las cosas son sus nombres, cuando los nombres llevan a una experiencia sensorial, intensa, primitiva. Cuando el nombre es sustancia y queda ligado a las cosas por creencia.
La palabra creencia en su origen quiere decir confianza.
Pero el iluminismo y la codicia racional olvidan la belleza de la creencia, no es redituable, se equivoca con el error del deseo. Las cuentas no dan porque el deseo escapa al cálculo y es sorpresivo, furtivo. Los fanáticos del saber domesticable olvidan que la razón apoya su arquitectura sobre ese resto subterráneo e inquietante que es el animismo.
O, si me permiten, la materia poética.
No estoy invitando a prescindir de la razón. Me apoyo en sus principios para la trasmisión y valoro su trabajo por la claridad, sin olvidar que detrás de la claridad hay sombra. Nadie accede a la razón sin sustrato de creencia. Sin aquel gesto originario que nos hizo un lugar en esta comunidad humana y verbal aunque de las palabras entendiéramos únicamente su matiz amoroso. Ninguna es más valiosa que la otra: razón y animismo. Son las dos.
El movimiento de negar la creencia es inútil: cuando más se sofoca más salvaje encarna. Porque ha sido la experiencia de entrada del nombre de las cosas al cuerpo. Si se la niega hace síntoma y es sufrimiento. Incluso en el cuerpo social, ya lo vemos, una lógica de ganancia pura deshumaniza. Arrasa con la vitalidad, y qué paradoja, con la alegría.
Qué otro lugar darle a eso que pulsa debajo de la lengua, a esa creencia que animiza la materialidad del sonido, qué lugar mejor que el de la poesía.
No hay que inventarlo: está ahí. Es procedimiento de la infancia: mirar poéticamente.
Abrir el espacio moroso a la palabra, detener la mirada, dejarla hacer reposadamente sobre las cosas, jugar. Escuchar el sonido del viento entre las hojas de los árboles, pasar la palma de la mano por el copete de una flor de cardo, mirar hormigas, oler el perfume de los paraísos en primavera, dibujar. Esos pueden ser, cuando se cree en ellos y se les da el tiempo y la atención suficientes, actos profundamente poéticos. Se escribe y se lee con el cuerpo para leer y escribir después.
Dice Mary Oliver en su poema A veces:
Instrucciones para vivir una vida:
Prestar atención
Sorprenderse
Contarlo.
Leer y escribir como continuidad del cuerpo.
A veces nos olvidamos, nos alejamos de la poesía, la pensamos distante y sofisticada, pero la puerta de entrada estaba ahí, todos venimos de un acto de creación, de un principio amoroso, inaugural, poético.
Si renunciamos al trabajo que hace en nosotros el pensamiento animista nos despojamos de eso que también que somos y es una pena reducirnos a lo que se espera en la trampa de una economía opresiva: adultos ocupados en la utilidad, la rentabilidad del tiempo, surfeando sobre las cosas ya sin esperar que nos digan nada más, claro, les quitamos el alma, que es como decir, les quitamos la poesía.
La poesía ocupa con naturalidad el espacio de la infancia si no pretendemos domesticar niñitos razonables y útiles a nuestras necesidades.
Esta es una invitación a dejarse trabajar por lo poético que necesita detenimiento, espera de uno mismo para conectar de modo amoroso con los otros. A olvidar por un rato la tiranía de la razón y su fascinación por lo evidente y la acumulación superflua de palabras.
Se pueden leer muchísimos libros sin haber leído nada.
Para la infancia la memoria es poética. Para todos nosotros no hay otra memoria que la de la infancia. Estamos hechos de eso que nos preguntamos cómo acercar a los chicos, para qué sirve, y yo digo, por qué no empezar por nosotros mismos.
Texto leído en el 23 Foro del Chaco,
gracias Natalia Porta López,
voluntarixs,
gracias.

viernes, 9 de marzo de 2018


La espigadora

(A la Susi Allori)

Hace unos días leí en las redes un comentario sobre la obra de Agnès Varda, y después un título: Los espigadores y la espigadora. Algo que se nombra de ese modo es para mí, pensé. Y agradecí el link incluido. 
Hay un espigar en la red que practico,  a veces la cosecha es buena.
Vi la película.
Un ensayo visual decía alguien por ahí. Poesía se me ocurrió. O más bien algo que anda un poco suelto entre una cosa y otra. Me gusta muchísimo. Es la deriva de espigar, dejarse llevar por un perfume en el aire, una luz, un yo qué sé qué cosa que impregna la búsqueda.
Volví a ver la película. Dos veces más.
Creí que iba a escribir algunas ideas sobre poesía por eso transcribí fragmentos y me detuve muchas veces. Pero no. No voy a hacer eso.
Ayer fui al Ejército de Salvación, es un lugar adónde alguna gente lleva cosas que no necesita y otra compra a muy bajo precio. No es la primera vez. Hace muchísimo, cuando empezaba a amueblar una casa en la que viví por más de veinte años, conseguí un mueble de pino con alzada de madera, líneas simples, vidrios, espejo y estantes. Pagué tan poco, creo que la pintura que usé para renovarlo fue más cara.
Hace un año me separé, me fui de esa casa y allá quedó el mueble y también una pequeña fuente que compré en el mismo lugar aquel día y que por mucho tiempo hizo de estanque para lirios espigados del río, ahí nomás, a un paso. No lo recordé hasta que volví al Ejército de Salvación y por muy poco dinero traje cuatro sillas. Hoy durante toda la tarde limpié, tapicé y reparé y, mientras trabajaba, conversé con la película. Y mientras quitaba tachuelas herrumbradas pensaba en que hay tantas razones para elegir lo viejo, lo descartado, lo que ya no tuvo lugar en la vida de otros. En la belleza narrativa del paso del tiempo, en la nobleza de un material que ha resistido –incluso- el descuido. No solo espigo por el costo, espigo por el hallazgo. Porque sé que ningún objeto nuevo va a ser portador de esa belleza. Y el acto de creación sobre el objeto lo hace mío de un modo pausado, lo veo salir de mis manos, respirar conmigo, es una especie de danza el trabajo sobre las cosas y también yo salgo distinta, más dueña de mí, y más dueña de eso que entiendo de otro modo, lo entiendo con el cuerpo.
Ahora sí vuelvo a la escritura y pienso en estos textos salidos del descarte. Eso que viene de pronto y hay que sentarse a escribir porque algo te lleva y no responde a las leyes de la ficción, ni a la pericia técnica. Eso que tiene una imperfección untuosa de atmósfera íntima, un trazo en el aire tomado al vuelo, el fruto maduro que pende de la rama, ni un día antes, ni un día después daría ese sabor exacto. Eso que no es ensayo, ni poesía. O es las dos cosas. 
Y es la vida.