jueves, 6 de septiembre de 2018

Un principio poético


Todxs venimos, o deberíamos venir, de un acto inaugural poético. Que es como decir: de un deseo.
Un principio poético


Una voz me dio la bienvenida al mundo.
El acto amoroso inaugural fue una secuencia de sonidos engarzados en el aire por una voz humana que anticipó un lugar para mí dentro de la comunidad. No estaba sola. Y el trazo sonoro, esa marca, también fue un lazo de confianza. Para poder vivir al principio hay que creer en los demás. En algún otro que abre el camino a los otros.
Y a las cosas.
Alguna vez escuché un nombre anterior a todos los nombres y la cosa nombrada renació como aire que vibra en las cuerdas de un cuerpo.
Algo me nombró y me dio el don de nombrar en el tiempo perdido para la memoria que es la infancia. Ese momento en que la palabra todavía no asume su función instrumental y es el alma de las cosas. Se dice de los niños que tienen pensamiento animista, cuando el eco de las cosas son sus nombres, cuando los nombres llevan a una experiencia sensorial, intensa, primitiva. Cuando el nombre es sustancia y queda ligado a las cosas por creencia.
La palabra creencia en su origen quiere decir confianza.
Pero el iluminismo y la codicia racional olvidan la belleza de la creencia, no es redituable, se equivoca con el error del deseo. Las cuentas no dan porque el deseo escapa al cálculo y es sorpresivo, furtivo. Los fanáticos del saber domesticable olvidan que la razón apoya su arquitectura sobre ese resto subterráneo e inquietante que es el animismo.
O, si me permiten, la materia poética.
No estoy invitando a prescindir de la razón. Me apoyo en sus principios para la trasmisión y valoro su trabajo por la claridad, sin olvidar que detrás de la claridad hay sombra. Nadie accede a la razón sin sustrato de creencia. Sin aquel gesto originario que nos hizo un lugar en esta comunidad humana y verbal aunque de las palabras entendiéramos únicamente su matiz amoroso. Ninguna es más valiosa que la otra: razón y animismo. Son las dos.
El movimiento de negar la creencia es inútil: cuando más se sofoca más salvaje encarna. Porque ha sido la experiencia de entrada del nombre de las cosas al cuerpo. Si se la niega hace síntoma y es sufrimiento. Incluso en el cuerpo social, ya lo vemos, una lógica de ganancia pura deshumaniza. Arrasa con la vitalidad, y qué paradoja, con la alegría.
Qué otro lugar darle a eso que pulsa debajo de la lengua, a esa creencia que animiza la materialidad del sonido, qué lugar mejor que el de la poesía.
No hay que inventarlo: está ahí. Es procedimiento de la infancia: mirar poéticamente.
Abrir el espacio moroso a la palabra, detener la mirada, dejarla hacer reposadamente sobre las cosas, jugar. Escuchar el sonido del viento entre las hojas de los árboles, pasar la palma de la mano por el copete de una flor de cardo, mirar hormigas, oler el perfume de los paraísos en primavera, dibujar. Esos pueden ser, cuando se cree en ellos y se les da el tiempo y la atención suficientes, actos profundamente poéticos. Se escribe y se lee con el cuerpo para leer y escribir después.
Dice Mary Oliver en su poema A veces:
Instrucciones para vivir una vida:
Prestar atención
Sorprenderse
Contarlo.
Leer y escribir como continuidad del cuerpo.
A veces nos olvidamos, nos alejamos de la poesía, la pensamos distante y sofisticada, pero la puerta de entrada estaba ahí, todos venimos de un acto de creación, de un principio amoroso, inaugural, poético.
Si renunciamos al trabajo que hace en nosotros el pensamiento animista nos despojamos de eso que también que somos y es una pena reducirnos a lo que se espera en la trampa de una economía opresiva: adultos ocupados en la utilidad, la rentabilidad del tiempo, surfeando sobre las cosas ya sin esperar que nos digan nada más, claro, les quitamos el alma, que es como decir, les quitamos la poesía.
La poesía ocupa con naturalidad el espacio de la infancia si no pretendemos domesticar niñitos razonables y útiles a nuestras necesidades.
Esta es una invitación a dejarse trabajar por lo poético que necesita detenimiento, espera de uno mismo para conectar de modo amoroso con los otros. A olvidar por un rato la tiranía de la razón y su fascinación por lo evidente y la acumulación superflua de palabras.
Se pueden leer muchísimos libros sin haber leído nada.
Para la infancia la memoria es poética. Para todos nosotros no hay otra memoria que la de la infancia. Estamos hechos de eso que nos preguntamos cómo acercar a los chicos, para qué sirve, y yo digo, por qué no empezar por nosotros mismos.
Texto leído en el 23 Foro del Chaco,
gracias Natalia Porta López,
voluntarixs,
gracias.

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