lunes, 27 de noviembre de 2017

Un jardín primitivo
(texto para mesa de lectura, Filbita, nov, 2017)

Hasta los cinco años viví en un jardín primitivo. Todo en la casa tenía espíritu salvaje: los sillones, el tocadiscos, la biblioteca. Una biblioteca de la que mi mamá sacaba palabras que también se ponían salvajes y hacían lo que querían conmigo y con lo que nombraban.
Las cosas tenían una intensa relación con la luz: desaparecían en la sombra para descansar de sí mismas, volvían al día siguiente multiplicadas en presencia. A veces, si el sol entraba oblicuo, quedaban envueltas en un chisporroteo de felicidad extrema.
A mí me pasaba igual.
En el patio había un damasco, se dejaba trepar, tenía hojas acorazonadas y en noviembre se brotaba de frutos que comíamos recién cortados, a veces tibios, no siempre queríamos esperar a que fueran lavados y puestos al fresco, nos gustaba sentir en la boca urgente esa aspereza vegetal. 
Una noche mi mamá dijo damasco. No hablaba de árboles, ni de frutos. Dijo Damasco y damasco fue ciudad antigua, almizcle, zoco y alfombras persas; y damasco se multiplicó sobre sí en reverberancias nuevas. Como las cosas, a veces las palabras, chisporroteaban de felicidad.
Y yo con ellas.
Leímos una versión para niños de Las mil y una noches y fue la entrada inaugural al jardín primitivo de los nombres exóticos. Nombres que no referían a objetos conocidos y por eso se volvían aire que suena en el aire en espera libre de algo para nombrar, anticipando así su naturaleza imaginaria. Estallándola.
Traigo esta lectura porque representa el espíritu de un tiempo de sensorialidades abundantes auspiciadas por ese poema anónimo, leído en intimidad, en penumbra. Tuvo la amabilidad de demorarse para dejarme entrar (la voz que contaba /la atmósfera que rodeaba)
Las palabras tocaban la materia, raspaban el cuerpo. Caían de maduras en otro plano, entre paréntesis de la costumbre. Quedaba el efecto sonoro arremolinado en el umbral de la lengua, resto caído de algún significado que llegaba con esa fuerza extraña ligada a la respiración, al ritmo.
A ese resto me gustaría llamar belleza por lo que invoca.
A los cinco años Zeus me expulsó del paraíso.
Lo que no respira, muere.
En Homero psiqué, soplo vital, es lo que abandona el cuerpo, lo que extingue una presencia en este mundo.
La voz de mi mamá, la más cercana, la iniciática, se extinguió. Su marca en el aire, su modo de ondular palabras desapareció para siempre. Durante mucho tiempo cuidé el recuerdo, quise conservar el timbre, la cadencia, pero se me escapó.
Y lo dejé ir.
Quizá escribo como búsqueda de esa voz perdida. En el camino lo inesperado me toma por sorpresa entre los restos arremolinados de lo que fue y lo que es dentro de mí, su eco anclado en aquel principio.
Pronto aprendí a leer para conservar esa relación íntima con el sonido guardado en la letra escrita. El ritual de abrir un libro y encontrar la psiqué capturada en el signo de lo que no está pero todavía habla.
Los dioses del olimpo vinieron a revelarme la humanidad profunda de los motivos del amor, del odio, del destino. Todas las criaturas mitológicas tenían voz y hablaban de sus motivos. Del jardín primitivo pasé a la epopeya. Al canto de los hombres y su comunidad, a la deriva sobre un mar lleno de peligros y encantamientos de sirenas. El destino, la vida, era demasiado enorme para comprenderse, el pequeño detalle de la hoja en el talón de Aquiles no podía anticiparse, la furia de los dioses tampoco. Podía mantener el rumbo de un barco, evitar la zozobra, dejarme llevar por las fuerzas poderosas del viento a favor, poner proa en dirección al jardín primitivo que aguardaba en el tiempo sumergido de la lectura al fondo, más al fondo, de mí misma.
Durante muchas tardes jugué a inventar epopeyas acuáticas en una pileta casi abandonada. Desde la orilla me acompañaban iguanas curiosas, higueras de las que había que cuidarse y sol extremo. Como una escena de Monteiro Lobato: Emilia, la mazorca y los chicos jugaban conmigo y el lugar bien podía haber sido El benteveo. Debajo del agua el silencio era profundo y claro. Dejaba que las voces sonaran en mi interior mientras el pelo levitaba y yo levitaba, me volvía vegetal, me volvía agua.
Agradezco mucho esos días sueltos de urgencias y el olvido de los que me cuidaban porque de ese modo mi naturaleza silvestre se acompasó con la trama abierta de lo que leía sin tener otro motivo más que volver a un ritual amoroso. Los libros estaban disponibles para mí, me interesaban, eso era todo.
A veces volvieron. Las mil y una noches en su versión completa apareció en los estantes de una biblioteca ajena mientras estaba de visita. Tenía quince años, me había mudado a la ciudad, era tiempo de repliegue prudente. La casa a la que había ido parecía una torre de Babel, gente que iba y venía, fiesta con coreografías y yo que soy una bailarina errática me perdí en un pasillo angosto. Leí esa noche, me llevé el libro y seguí durante el día, no podía dejarlo. Nadie me dijo nada y si me hubieran dicho habría contestado que cada quién se rasca donde le pica. Hubo fiestas antes, habría después. Y con nadie podía hablar de esa otra fiesta secreta, el reencuentro con el damasco voluptuoso, eros de la letra, que ya estaba ahí, y ahora se abría también en el interior de las escenas.
Como lectora también soy bailarina errática, buena nadadora sobre todo y, si la ocasión invita, prefiero la levedad del cuerpo suspendido debajo del agua al estilo de velocidad sobre la superficie. La lentitud en los movimientos me acomoda.
Cuando escribo algo brota otra vez en mi jardín primitivo. Lo que soy ahora empezó durante aquel tiempo mitológico: eso otro que fue mi infancia.



jueves, 21 de septiembre de 2017

Sobre lectores de literatura o cómo la letra encuentra los modos del amor.


El mundo era para mí del tamaño de una casa
hace poco alguien
me preguntó por lo que escribo
—es de mi intimidad— le dije
—¿puede ser de otro modo?—
me miró pero yo estaba
subida a las ramas del damasco
del patio de mi casa
balbuceaba un nombre
y mi mano chiquita buscaba
una mano que lo traía.
Todo lo que soy viene de esos días.

¿De dónde vienen las palabras?
Yo creo que antes de las palabras hubo sonidos.
Las palabras crecieron de la música de las cosas, de los movimientos de las hojas en los árboles, de la lluvia, de los pájaros.
Y de las primeras voces que hablaron para nosotros como si comprendiéramos.
Comprendíamos.
Del mismo modo que comprendíamos el viento o una tormenta.
De esas voces nos llegaban sus matices: tristeza, alegría, enojo, exaltación. Antes de saber cómo se nombraban las emociones cada uno de nosotros supo de los sonidos que las transmitían de un cuerpo a otro.
¿Qué tiene que ver la literatura con esto que digo?
Yo creo que mucho.
 De esas voces que ya amábamos vinieron después  relatos y  poemas y nos llevaron a lugares recónditos de nosotros mismos —y del mundo— porque habíamos traspasado una creencia anterior y poderosa en la voz que se hace (después) palabra.
Ese es el trabajo de los lectores de literatura: escarbar al fondo de las palabras las emociones que guardan para cada uno. A veces esas emociones son compartidas. Y es una alegría.
Pero sucede en el espacio íntimo de cada lector.
Por eso los lectores necesitamos tiempo para dejar que flote dentro del cuerpo el perfume de lo que sentimos.

Las emociones se activan, arborecen, se ramifican porque las palabras así cultivadas evocan resonancias misteriosas. Mundos sonoros. Cosmogonías nuevas y mágicas. Libertad en los bordes de la palabra y sus efectos cuando todavía están un poco sueltas y se liberan casi salvajes, casi humanas.
Todos tenemos esa experiencia anterior con la vibración de los sonidos en el cuerpo. Algunos tienen la oportunidad de seguir el hilo de las resonancias y descubren que lo que se hunde más profundo en el misterio vuela más lejos sobre la superficie. La literatura es una manera de seguir el hilo. También pueden serlo la música, la pintura, el encuentro amoroso.
Es que la literatura habla la lengua del amor.
Por una gracia inexplicable nos es dado entrar a las palabras que escribió otro. Me gusta imaginar que las letras no son planas.  Que tienen aristas, intersecciones, orillas, entradas, salientes y profundidades. Como amantes a los lectores nos es dado entregarnos a la seducción de la letra. Si nos seduce, entonces, todo es posible. Un amor fugaz, apasionado, perdurable. Y todo es experiencia, conocimiento de uno mismo, porque no hay nada mejor para conocerse que el encuentro con otro. Otro que puede ser un libro de literatura. Los libros de literatura están hechos de una materia poderosa: letra que condensa evocaciones en ese borde salvaje con los sonidos. Dejar que la letra entre al cuerpo y el cuerpo a la letra con libertad. Que expanda el mundo de lo que somos a lo que ha sido otro y su misterio. Dejar que los sonidos  revelen eso anterior que vibra y eriza los sentidos.
Algo en la lectura de literatura permite abrirse a otro, franquear el límite del sí mismo y en ese borde en que suceden las cosas que no se pueden explicar, abandonarse, recibir  lo que el otro nos revela con la lectura. Es posible. Más allá de los significados evidentes hay significaciones personales y privadas. La lectura y el eros son expresiones de una enorme potencia vital.
Los lectores de literatura son resistentes a la domesticación.
¿Entonces qué hacemos los mediadores de lectura? ¿Qué enseñamos/transmitimos?
Tenemos una tarea delicada.
Quisiéramos dar continuidad a esa experiencia primaria de asombro. De descubrimiento. Y sabemos que la disponibilidad para el amor se contagia. Es necesario que alguien revele el misterio. La sospecha de un plus de placer en el encuentro con un libro de literatura tiene la naturaleza de romance. Hay un modo de contagio humano que tiene estructura de triángulo. Hay uno que seduce, uno seducido y otro que desea para sí eso que se muestra y oculta en un juego vital de desborde imaginario. La provocación sutil del imaginario anticipa el placer, lo expande, reverbera los efectos y potencia el deseo. Y cuando hablo de placer me refiero a esa conmoción del cuerpo que no está despojada de inquietud. La inquietud de lo que promete pero todavía no está.
Ver a un profesor tomado por el deseo: conmovido, divertido, salido de sí, perturba en el mejor sentido de la palabra. Inquieta. Provoca. Un romance apasionado, ustedes lo saben, es lo opuesto a la repetición. Al trámite burocrático de “tener que hacer” lo que se tiene que hacer para enseñar literatura. No hay fórmula: se inventa cada vez, se conecta con lo que sucede “ahí y ahora” a ese sujeto deseante que también es el profesor. Y ya sabemos que las experiencias amorosas convierten al amante en un mejor amante. Si está dispuesto a dejarse tocar por cada amor saldrá distinto y sabrá delicadezas nuevas para conectar con ese libro que lo ha enamorado. El profesor tiene un extenso prontuario amoroso. Menos mal.
Las recomendaciones también son cuestiones de empatía. Alguien siembra la sospecha de un  amor en potencia con un texto. Las listas objetivas, sin cuerpo que les de vida, me dejan fría. Los catálogos de lo que se debe leer, el canon, a veces obtura encuentros. Prefiero el triángulo también en esos casos. Porque los títulos inevitables vienen de la propia experiencia de lectura.
Nombrar algunos sería injusto. La memoria es esquiva y caprichosa. Además desconfío de esas listas que a veces parecen más un alarde de autoridad que un intercambio sensible entre lectores. Prefiero el recuerdo de escenas, libros en situación, por ejemplo, un verano a orillas de un río. Estábamos con mis hijos pequeños, había llevado El perfume de Patrick Suskind, empecé a leer y oler, todo junto, al mismo tiempo, la arena, el pasto, los pinos, la lluvia. Todos los olores alrededor mío fueron al libro y el libro al mundo. Mis hijos me parecían hermosos y frágiles y la idea de reducir existencia a esencia me pareció terrible y seductora. Lo monstruoso, sentí en aquel momento, está tan cerca, es parte de una y del mundo. Lo monstruoso es bello y devastador.

Esos juegos de los que hablo, juegos de lectores, son también modos de creación.
 Mucho después viene el esclarecimiento: prefiero lo ridículo de escribir poemas a lo ridículo de no escribirlos como dice la poeta Wislawa Szymborska. Prefiero lo ridículo de leer poemas a lo ridículo de no leerlos.
Con estas palabras quisiera despedirme y desearles buenos romances por el puro gusto de mostrar otros amores a sus alumnos, por entusiasmarlos, por dejar flotando las ganas de entrar a esta práctica humana, vital, actual, renovada cada vez que un lector entrega su cuerpo a la lectura porque para muchos de ellos la experiencia amorosa de iniciarse como lectores de literatura está en sus manos.

 Conferencia leída en el Congreso de San Jorge, La LIJ: RESTRICCIONES Y APERTURAS EN EL SIGLO XXI,  junio de 2017.






lunes, 31 de julio de 2017

Las cartas del azar

Derivas sobre este asunto de intimidad y delicadeza que sucede cuando un editor edita lo que un escritor escribe.


Tuve mucha suerte en esto que para nombrar me falta. Si digo oficio también es otra cosa que se sintetiza en la palabra escribo aunque en la palabra escribo cabe el infinito.
Y digo tuve mucha suerte porque en estos años de práctica de intercambio, de conversaciones con editores, hubo generosidad para acompañarme. Aprendí unos modos de hacer lugar a otro en ese sitio en el que no cabe más que uno en el momento de aupiciar existencia. 
Cuando escribo pido, exijo, necesito soledad.

Sin embargo, hay otro momento, en el que la lectura de otro también auspicia. Y con el paso de los libros -buenos, malos, menores o mayores, ese es otro asunto- sigo aprendiendo, esclareciendo para mí la posición que me interesa.

Hace tiempo leí una nota de Graciela Montes en la revista Piedra Libre, ella decía que no entendía cómo los escritores esperaban que los editores les dijeran cómo escribir. Cuando la leí no terminé de entender a qué se refería (ya dije que fue hace mucho tiempo y todavía no tenía experiencia para interpretar ese comentario) era un comentario duro.
Ahora lo leo así: hay un trabajo que nadie más puede hacer por vos. 
Y aplica a casi todo. 
Hay una pregunta, un vacío que nadie más puede formular, -si estamos hablando de escribir- una deriva, un no saber que funciona como incomodidad extrema: dispositivo de creación, un raspor que tolerar.
De los editores, cada vez más,  tuve lectura detenida, cuidadosa, y después, la sabiduría de decirme algo que no se termina de decir. 
Una disponibilidad. 
Una presencia casi de transferencia, opinó una vez una amiga que comparte zonas de interés, una intervención analítica en el punto en el que el saber hacer con eso que inquieta (del texto en este caso) queda de tu lado. 
Y digo cada vez más porque tampoco ese lugar es construcción absoluta de los editores. También ahí está implicado el que escribe. 
Ahí también se juega la posición que me interesa: si demando (pregunto qué tengo que hacer, cómo lo tengo que hacer) pongo al otro en situación de responder a la demanda. Si pregunto qué esperás de mí, para ahorrarme el trabajo de la angustia, (que trabaja como aliada a veces) el riesgo de poner en juego mi deseo que puede no ser lo que  otro espera, pero es lo que soy, pongo al editor en el lugar de hacer mi trabajo.

También advierto ahora el oficio (o más) sutil, inteligente, de lectura potenciada que cultivan los editores para intervenir con precisión, belleza, porque tengo que decir: agradezco la confianza de lanzar una inquietud de lo que ha sido leído en el texto sin cerrar sentidos, dando lugar al estallido propio, al entusiasmo, al deseo que se juega en la escritura que no es obediente, es reactiva, sensible a una buena hipótesis de lectura.

A veces pienso que es más fácil quejarse de los editores, por caso, uno se borra un poco y sale aliviado de un asunto, se escabulle. O entregarse por completo a una fusión en la que no queda claro qué trabajo hace cada uno. Y los efectos de ponerle a decir a otro (que está en otra posición de lectura, de trabajo con el libro, de reflexiones sobre los haceres) algo que tiene que buscar uno. Ubicarse en el propio espacio no  es negar el otro punto de vista, es sumarlo en su justo lugar: otro. 
Para seguir pensado.

Me gusta saber que de lo que piensa un editor no sé todo. 
Me gusta saber que hay lugar para la sorpresa entre nosotros.




lunes, 8 de mayo de 2017

En buena compañía (1)

Las presentaciones de libros son excusas para los buenos encuentros. Estoy segura. Conversaciones interesantes, brindis y otros entusiasmos.
A veces son  más.
Y es por la compañía.
Decir gracias a María Emilia López por su lectura es poco.
Así que va silencio agradecido.
(Y a Cris Macjus por las fotos)

 
 LO QUE NO ES PIEDRA, NI MIRLO, NI POEMA 
(ÚNICAMENTE)

Texto leído con motivo de la presentación del libro EMA Y EL SILENCIO, de Laura Escudero Tobler, ganador del Premio Hispanoamericano de Poesía para niños 2015.
Librería del Fondo de cultura económica.
Buenos Aires, 5 de mayo de 2017.
Por María Emilia López
“Existe un alfabeto del silencio,
pero no nos han enseñado
a deletrearlo”.
Roberto Juarroz

Laura elige como umbral para “Ema y el silencio” estos versos de Juarroz, el poeta del pensamiento, el poeta-filósofo. Y a mí me hace pensar inmediatamente en las zonas más profundas de la poesía, que no siempre son consideradas como tales cuando hablamos de poesía para niños. Me surgen entonces algunas inquietudes sobre la relación entre poesía y filosofía o poesía y pensamiento y decido tomar ese atajo para comenzar esta pequeña intervención (¿poética?).
La filósofa María Zambrano dedicó un libro a pensar las relaciones entre poesía y filosofía. La traigo como compañera aquí:

“A pesar de que en algunos mortales afortunados, poesía y pensamiento hayan podido darse al mismo tiempo y paralelamente, a pesar de que en otros más afortunados todavía, poesía y pensamiento hayan podido trabarse en una sola forma expresiva, la verdad es que pensamiento y poesía se enfrentan con toda gravedad a lo largo de nuestra cultura. Cada una de ellas quiere para sí eternamente el alma donde anida. (…) Hoy poesía y pensamiento se nos aparecen como dos formas insuficientes; y se nos antojan dos mitades del hombre: filósofo y poeta” (…) Vale la pena manifestar la doble necesidad irrenunciable de poesía y pensamiento y el horizonte que se avecina como salida del conflicto1.

Zambrano se remonta a Platón para dar cuenta de la lucha más vigorosa por imponer la toma de poder del pensamiento (la filosofía) por sobre la poesía, y señala que desde ese entonces “la poesía se quedó a vivir en los arrabales, arisca y desgarrada, diciendo a voz en grito todas las verdades inconvenientes; terriblemente indiscreta y en rebeldía”2.
Pero vayamos más atrás: “¿Qué raíz tienen en nosotros pensamiento y poesía? ¿A qué amor menesteroso vienen a dar satisfacción?” 3 . 2

¿Alguna de las dos necesidades es más profunda que la otra? ¿Alguna de las dos proviene de una región más honda de la vida humana?
Para el poeta su materia es lo que se impone ante sus ojos, es la evidencia, y también lo son sus ensoñaciones, el “dar vuelta las cosas”, como diría Juarroz. El poeta cambia el foco hacia lo que mira, lo trastoca pero no a puro capricho, sino desde otra lógica que construye a fuerza de establecer nuevas relaciones entre lo que ve, lo que intuye, lo que siente, lo que sueña, lo que irrumpe, lo que fogonea su lenguaje gastado por la monotonía de la comunicación. El mundo del poeta es entonces, a la vez, pensamiento y poesía, es lo diurno y lo nocturno, es lo palpable y lo etéreo, es tal vez lo más pleno del ser humano, porque está hecho de lo fáctico y lo inapresable, y lo inapresable es infinito; el alma y la inteligencia humanas entonces son infinitas. De algún modo la relación de imbricación entre poesía y filosofía resuelve parte de la pesadez del mundo, el poeta otorga a la vida esa “levedad”4 de la que hablaba Calvino, levedad que nada tiene de superfluo, sino, por el contrario, es un arduo trabajo dedicado a romper la “compacidad” del mundo, a desbaratar las representaciones dadas, a hacer del uso de la palabra una “persecución perpetua de las cosas” 5 , es decir un esfuerzo perenne para descongestionar el significado y percibir lo múltiple; “mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”, decía Pizarnik.

Ema y la levedad:
El sol hundió las manos
en la tierra
cavó hasta el fondo
y dejó
una semilla minúscula
negra
como la oscuridad más oscura
como clave de sol
o una duda.
La semilla brotó
fue mirlo
y voló.
A veces bajo el árbol
un signo de pregunta
picotea lombrices
y canta al cielo
(mirlo es eso,
pozo profundo 3

música del sol
una luz).6


En “Ema y el silencio” los poemas traban un triple juego: lo profundo del pensamiento, el envés de la mirada poética y un lenguaje que persigue a las cosas hasta desnudarlas, para arroparlas luego al modo en que los niños trastocan las cosas del mundo cuando juegan.

En el roble
pequeños cuencos alojaban
frutos dorados.
En otoño cayeron.
Ahora cuelgan
tazas vacías de las ramas
los pájaros las llevan
a sus nidos
beben sol a montones
y cuentan a sus hijos
historias
de lo que brota de nuevo.
De la lluvia.
De cuando las hojas tienen
sueños de barco
y esperan
vientos que las lleven
sobre acantilados de nubes
y bosques
de anémonas azules.
Ema trepa al árbol:
atrapa peces de luz
se hamaca en canoas pequeñas
cuenta caracoles
escucha el mar.7

Pienso entonces en ese origen poético de la infancia: nos hacemos “niños” –más allá de la edad biológica- por el acto de jugar, es a partir del reconocimiento y posterior extrañamiento sobre las cosas del mundo como aprendemos a imaginar. Imaginar, vestir y desvestir el lenguaje, explorar el significado, construir lógicas que permitan entender el mundo, desbaratarlas, ver –otra vez- el envés de todas las cosas. Juego-poesía-pensamiento se convierte entonces en una trilogía fuertemente imbricada. A la sangre que corre por las venas de la infancia la tiñen de igual modo los juguetes y el poema. 4

Una oruga hace
con hojas
cosas.
Por ejemplo, mariposas.
Mastica con esmero
pliegue, dobles, mordisco
y agujero.
Origami de oruga:
hermosura.8

Italo Calvino decía que “el cuento es un caballo: un medio de transporte, con su andadura propia, trote o galope, según el itinerario que haya de seguir”9. ¿Y qué es el poema?, ¿”poquitas letras que suben y bajan”, como me dijo una niña de tres años un día?, ¿”un cuento que a veces no cuenta nada, pero canta”, como me dijo otro de cuatro?
Hagamos este pequeño ejercicio: les propongo observar la luna; ya sé que son menos de las siete de la tarde, que tal vez no haya asomado, que estamos dentro de un auditorio impermeable al hueco de la noche. No importa, cerremos los ojos, e imaginemos. Es Calvino, nuevamente, quien nos va a guiar:

Luna de la tarde
“La luna de la tarde nadie la mira, y ése es el momento en que más necesitaría de nuestro interés, puesto que su existencia está todavía en veremos. Es una sombra blanquecina que aflora del azul intenso del cielo, colmado de luz solar; ¿quién nos asegura que se las ingeniará también esta vez para cobrar forma y esplendor? Es tan frágil y pálida y tenue; solo en un lado comienza a adquirir un contorno neto como el arco de una hoz, y el resto está aún todo embebido de celeste. Es como una hostia transparente, o una pastilla disuelta; solo que aquí el círculo blanco no se va deshaciendo sino condensando, agregándose a expensas de las manchas y sombras grisazules que no se entiende si pertenecen a la geografía lunar o si son rebabas del cielo que todavía tiñen el satélite poroso como una esponja”10.

¿Dónde está la poesía, dónde está el poema? ¿Qué es un poema?, ¿solo las palabritas flacas que suben y bajan?, ¿es una música?, ¿es tal vez un pájaro que no se conforma con cooperar con su bandada en cada migración y entonces arriesga su vida para explorar otra experiencia aérea, otro posible e incierto porvenir?

Una mariposa
no es
lo que parece.
A veces
sus vuelos son guirnaldas
farolas en las flores
pañuelos
otras
sobre una cala
su vuelve palidez
y llora.
Una mariposa
es
de vez en cuando
tristeza
alegría
de vez en otra.11

¿Qué hay en los poemas de “Ema y el silencio”?, ¿quién los habita?, ¿a qué juegan?
Gata peluda
La gata peluda
duda:
¿es oruga
despeinada,
o es
gata achicada
que
aparte de pelo,
de gata
no tiene nada?
Humor, naturaleza, melancolía, asombro, juegos de infancia, silencios y musicalidades. Eso: la música, que no es un opuesto del silencio, la música que convive con la poesía desde siempre. Así como en la música se logra una unidad, aunque esté compuesta de instantes efímeros, así el poeta busca la unidad de su poema, su “trasmundo”, como diría Zambrano. La matemática sostiene a la música, ¿no tiene la poesía también su “matemática”? ¿Cuál es la matemática que sostiene los poemas de “Ema y el silencio”?, ¿cómo trabaja Laura poeta esas zonas de tensión entre el asombro, lo efímero, lo errático, y la unidad? ¿Qué es lo que canta en esta poeta? 6

Esta referencia a la música me recordó un relato de Federico García Lorca, que me parece especialmente interesante, porque aúna varias de las cuestiones que intento poner a dialogar aquí. Dice Lorca:
“Los recuerdos, hasta los de mi más lejana infancia, son en mí un apasionado tiempo presente. Y se los contaré. Es la primera vez que hablo de esto, que ha sido mío solo, íntimo, tan privado, que ni yo mismo quise nunca analizarlo. Siendo niño viví en pleno ambiente de naturaleza. Como todos los niños adjudicaba a cada cosa, mueble, objeto, árbol, piedra, su personalidad. Conversaba con ellos y los amaba. En el patio de mi casa había unos chopos. Una tarde se me ocurrió que los chopos cantaban. El viento al pasar por entre las ramas producía un ruido variado en tonos, que, a mí, se me antojó musical. Y yo solía pasarme las horas acompañando con mi voz la canción de los chopos. Otro día me detuve asombrado. Alguien pronunciaba mi nombre, separando las sílabas como si deletreara: “Fe-de-ri-co”. Eran las ramas de un chopo viejo, que al rozarse entre ellas, producían un ruido monótono, quejumbroso, que a mí me pareció mi nombre”.12

También hay una matemática de la música de los árboles, un extrañamiento de la mirada que convierte a la piedra o al mueble en compañero del habla. Hay una búsqueda de la unidad que no distingue poesía de pensamiento.
Angelo, el papá de Lorenzo, un bebé de 6 meses que concurre al jardín maternal donde trabajo, nos dijo ayer: -me di cuenta de que a Lorenzo con lo que más le gusta jugar es con los “no juguetes”. Se refería a las cajas, envases variados, tapas, cucharas, objetos de la vida cotidiana desinvestidos de la función “juguete”. Claro, porque Lorenzo está trabajando para convertirse en niño, y eso lleva implícitas ciertas operaciones sobre las cosas, sobre la mirada hacia las cosas, sobre el acto de nombrar, sobre la enunciación. Tengo la fuerte sospecha de que Lorenzo no distingue entre pensamiento o filosofía y poesía, ejerce ambas a la vez, con total convicción. No tiene otra opción. Para jugar, necesita de la poesía en un sentido amplio, de ese alboroto del sentido, del asombro, la fantasía y el descubrimiento, necesita construir también cierta unidad propia. ¿No es entonces su “juguete-cosa” o su “cosa-juguete” un poema y a la vez un artefacto científico con el que se inserta en la cultura del mundo?
Por eso agradezco tanto que exista “Ema y el silencio”, que haya poetas que abonen el trabajo de los niños. Por eso hago esta pequeña aunque sentida y honda celebración de este libro. Lorenzo y todos los niños merecen muchos “Ema y el silencio”, alimentos de la raíz humana, frutos frágiles y ciertos de la palabra. Palabra que canta, que rompe la inercia del tiempo, que instala un silencio revelador. Gracias a Laura Escudero, por cada nota y cada imagen de su cuenco poético. Gracias a la Fundación para las Letras mexicanas y a Fondo de cultura económica, por elegir publicar poesía para niños, por premiarla, por abrigar la travesía de los poemas de toda la colección.


1 Zambrano, María. Filosofía y poesía. Fondo de cultura económica. México, 1993.
2 Ibid.
3 Ibid.
4 Calvino, Italo. Seis propuestas para el próximo milenio. Siruela. Madrid. 1998
5 Calvino, Ibid.
Ema y el silencio. Laura Escudero Tobler. FCE – FLM. México, 2016.
7 Ibid.
8 Ibid.
9 Ibid.
10 Calvino, Italo. Palomar. Alianza. Madrid. 1985
11 Ibid.
12 García Lorca, Federico. Obras completas. Aguilar. Madrid. 1992

domingo, 5 de marzo de 2017

Cuidado con salir los sábados a la noche
(pueden pasar cosas)

Anoche, en un rincón entre Unquillo y Cabana, unos pocos tuvimos el gusto de escuchar a GEODA (G30D4). Durante los intermedios sonaba Billie Holiday. El ambiente íntimo y la cerveza artesanal tuvieron ciertos efectos. De evocación- imaginación.
Entre los once y quince años pasé los domingos en un departamento opresivo en Guido y Rodriguez Peña. La derecha rancia me rodeaba pero esto que puedo nombrar ahora tenía por ese tiempo ausencia de nombre para mí. Venía como efecto sobre el cuerpo suelto de otras posibilidades. Un perfume ajeno, expulsivo y mortífero me empujaba a la soledad de  una habitación. Había unos ciclos en la televisión: sábados de cine o algo así. Pasaban clásicos  que me transportaban a otro lugar. Puedo decir que vi películas que me acercaron al carozo de un durazno más fácil de tragar (y que dieron textura y distancia a esto que tal vez ahora puedo nombrar) y junto con las películas una música extrema “adoptada”, más de cuerpos dolientes buscando la felicidad. Algo de esto me dice el recuerdo de escenografías fabulosas y danzantes bajo la lluvia, americanos en París, Gigis (de la imaginación bestial de Colette a quien sin saber nada antes había leído con fruición clandestina) desayunos en Tiffanys, alta sociedad con ese comienzo Louis Armstrong. Era pantalla de otra cosa. Había que raspar un poco la superficie para dejar pasar el sonido hasta el fondo y elevar la carne a otros modos de entender (o lo que sea que trabaja los signos en los que una lee y escribe el mundo) pasar sobre el caldo de heroínas románticas y glamorosas al estado de captura final.     
El departamento era de un tío peronista. La mancha quedaba perfectamente disimulada detrás de la lámpara de marfil y los originales de Castagnino. Y mi abuela perdonaba y se complacía con el domicilio regalado. Tenía a un paso el quiosquito de flores.
Esto lo digo ahora. Y desarmo la profundidad del desasosiego. A veces los nombres aplanan. Hacen parecer fáciles y digeribles cosas que no lo son. Hacen héroes y villanos de un plumazo. Y otra vez. Hundir la nariz en el asunto se vuelve cuestión de sobrevivientes.
[Entre los hombres el pensamiento distingue a los sobrevivientes de los vivos.
Toda primavera es un Sobreviviente.
Los pensadores –los sobrevivientes- son quienes experimentan la necesidad de retomar todo de cero para comprender lo que vivieron. Para volver sobre sus huellas y captar así testimonios.
La noética traumátofila: El pensamiento prefiere lo difícil de pensar porque lo más difícil es lo que menos abandona.] P. Quignard.
La paradoja funciona. Éramos más cercanas en origen -mi hermana y yo- a los abuelos inmigrantes pobres. Y en realidad material. Y en amor. Íbamos invitadas de piedra a un show ajeno. La pregunta sobre lo ajeno también funciona e instala paradoja.
[Entonces, el ardid. 
                             Lo erótico de la lectura (o la escritura) es el juego de la imaginación que se convoca en el espacio que hay entre nosotros y nuestro objeto de conocimiento. Los poetas y los novelistas, como los amantes, dan la vida a ese espacio con sus metáforas y subterfugios. Los bordes del espacio son los bordes de las cosas que amamos, cuyas desarmonías hacen que nuestra mente se mueva. Y allí está Eros, un realista nervioso en este campo sentimental, que actúa por amor a la paradoja, es decir, mientras pliega el objeto amado y lo oculta para volverlo un misterio, para hacerlo un punto ciego en el que pueda flotar conocido, desconocido, real y posible, cercano y lejano, deseado y capaz de atraernos.] Anne Carson
Flotaba algo que ligaba en forma de creencia.
Podía sentir eso que venía como dado y no admitía cuestión. Es más fácil dejarse heredar creencias y cubrir el pequeño panteón familiar con flores de la desgracia.
que son tan apropiadas
para el olvido la desestimación.

Desconfío de las creencias excessus-verba
Prefiero todo lo que se dice por medio del aliento (es en primer lugar un adiós)
Igualmente todo lo que se podrá decir en la lengua que se aprenderá a la luz significará primero ese adiós a un reino anterior, sonoro pero no hablante, interno, replegado, secreto, no luminoso, solitario.
(Quignard again)

que puede emerger con un par de acordes una noche de sábado
o cuando sea
propicia la disponibilidad de cada quien.


bonus track: 
https://www.youtube.com/watch?v=6JfKY0K_NQk