El
imperativo de la desobediencia
Post
dedicado a mis compañeros del Máster desde aquellos días de sirenas en la
fuente
Los que trabajamos en la
industria de la cultura en el sector parcelado para la infancia, los que
producimos bienes destinados al consumo de los niños, muchas veces apelamos
al recurso de “identificarnos con el
objeto” (noción difusa y cargada de connotaciones ambiguas, venida de otros
territorios, que ilustra vagamente la idea de “ponerse en el lugar de” que nunca
será lo mismo que “estar en el lugar de”).
Aceptar la distancia que hay entre uno y el otro, es saber de una
dificultad. Uno escribe para niños/jóvenes pero no es ni lo uno ni lo otro. Eso
no significa que no pueda encarnar la voz de uno u otro con artificios
literarios (y nada más que literarios, que no son símil: eso reduciría el tremendo
impacto de la metáfora, que no es comparación, es metáfora)
En esa búsqueda, hay un
niño o un joven perdido en las nebulosas de los imaginarios, de lo que uno fue,
vio, sintió, conoció, en fin, la cantidad de sentidos que llenan ese universo que
dispara la palabra niño/joven. Y de todas las cualidades que adornan ese
universo, la que hoy echo en falta es la
de la desobediencia.
Ser desobediente, no
acomodar a lo que se espera, es lo mejor de la infancia. Desafiar la lectura de
los que imponen. Afirmarse en la propia versión de los asuntos, es de las
cualidades de “la infancia de mi nebulosa” que más añoro.
Y digo que echo en falta
porque en el campo de la cultura destinada a los niños hay mucho acomodo a las
formas. Y curiosamente eso anula las formas. La forma pasa a ser uniforme. Y la
literatura es un trabajo con las formas. Entonces, lo que echo en falta es la
desobediencia, la irreverencia. Pero no la desobediencia superficial: esa
especie de impostura compuesta tan de moda. Vamos… cierta incorrección ya es lo
correcto. Ser el chico o la chica mala para disimular que uno no tiene ya nada que
decir, también cansó. A mí al menos. Me puede causar un efecto de empatía circunstancial
y pasajera. Pero, ¿y la obra? Podemos ya salirnos un poco de las vidrieras
coquetas y vacías.
Es época de deseos y
propósitos, para el tiempo que viene quisiera muchos lectores emancipados,
mediadores discutidores y en desacuerdo con lo esperado, debate encendido, libros
provocadores en serio, desobedientes en las formas, pataletas a la uniformidad,
desafío.
Eso: libros que sean
desafío para los mediadores, los lectores, los editores, los libreros. Pedazos
de manjares desconocidos que pongan estos paladares nuestros en desacomodo. Eso
deseo, y un año delicioso para todos.
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