Sumo para no restar
Paro la oreja. La
conversación no es para mí pero estoy cerca. Profes de Lengua y Literatura
hablan con fervor de sus asuntos. De los repertorios de lectura que han
escogido para sus alumnos adolescentes: El Quijote, poesías de Becquer, cuentos
de Cortázar, Borges, algo de Soriano, ¿cómo impugnar ese corpus?, ¿quién lo
haría? Hablan de su amor por esos textos, que ha sido amor de jóvenes. Ha sido
lo que leyeron y los enamoró durante su propia formación. “Ahora no tengo tiempo
para leer”, dice alguien.
Oh… han escogido los
textos que leyeron en los tiempos en que podían leer. Tiempos que se recuerdan
con añoranza, cuando la vida no era el torbellino de urgencias domésticas que
es.
Cómo juzgarlos.
Entiendo de lo que hablan. No es fácil contradecir al mundo, abrir un libro y
ponerse a leer con la pila de platos para lavar. No es fácil hacerlo. Porque
luego, ya se sabe, no es fácil parar. Volver al tiempo en el que el libro era
capaz de esa captura absoluta, capaz de lograr la ausencia completa del
universo de los actos prácticos. No hablo de leer para preparar la clase que
pone en el punto del leer “para” y es otra forma de lectura. Digo leer todo lo
que “antoje”, que de allí saldrán las clases.
Porque sin querer la
escuela tiende sus trampas de repetición y conservadurismo y la clase de
literatura se convierte en una misa en latín. Todos salmodian su letanía para
dejar contento al fulano y aprobar. Y el profe se ha convertido en su
instrumento. Por sus viejos amores y su falta de tiempo.
Y cómo les gustaría a
sus viejos amores entrar en diálogo con voces nuevas, frescas, desacantonadas.
Lenguas que buscan su espacio en lo que ha germinado de aquellas. Los viejos
van a vibrar en sus encuentros con estos “raros peinados nuevos” van a bajar
del olimpo y a sacudirse el polvo. Y de paso nos lo sacuden a nosotros.
Porque no seremos los
de literatura “los viejos vinagre” caídos del mundo que la tradición señala que
debemos ser. De ninguna manera. Tampoco jóvenes adolescentes (esos son nuestros
alumnos que tendrán todo para decir)
Una vez escuché a una
notable escritora de “literatura para adultos” decir que los jóvenes podían
leer en el colegio la literatura contemporánea que se publica para adultos. Y
claro que pueden. Si los profes la conocen. Como probablemente ella habría
incluido algún título publicado en colecciones juveniles si los hubiera
conocido. Uno opina de lo que conoce. Es poco honesto desdeñar lo que se
desconoce, ¿no?
Entonces, hoy pensaba
en estos diálogos, en los profes y sus vidas complicadas como las de todos y en
las ganas de que dejen que se les amontonen de vez en cuando las pilas de
platos para lavar, total, después quién les quita lo bailado.
¡Let´s dance!
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