Del hilo de la línea al
hilo de la letra. O del hilo de la letra al hilo de la línea.
(Poesía de Edith Vera)
Una
vez que se ha pronunciado
la
palabra amapola
hay
que dejar pasar algo de tiempo
para
que se recompongan
el
aire
y
nuestro corazón.
Algo de tiempo, algo de silencio. El
equilibrio entre la palabra y el silencio.
Tiempo, palabra y silencio son asuntos de
la poesía.
La prosa poética pide las cualidades de lo
poético. La búsqueda de ese delicado equilibrio entre tiempo, palabra y
silencio.
Las palabras marcan una entrada al tiempo,
y según el caso, piden o no silencio.
Ahora cada vez que
pronuncio la palabra amapola tengo que
dejar pasar algo de tiempo… porque lo dice Edith Vera y porque ya nunca podré olvidarlo.
Su poesía se metió dentro de mí.
¿Cómo?
Algo de su aliento se ha
hecho mío y me encuentro a través de la lectura con esa misma necesidad. Soy
parte de la creación de Edith Vera y su creación es parte de mí.
¿Cómo ha sucedido?
Resulta difícil explicar
algo que se parece a un enamoramiento. Se parece más a comprender que a
entender, diría Iris Rivera.
¿Y estos asuntos, son
cosas de la literatura nada más? ¿Acaso no sucede con todo el arte?
¿De qué se ocupan los artistas?
Se ocupan de crear obra.
Ellos se ocupan de la obra. El efecto de la obra sobre mí viene después.
Entonces, ¿cómo se
escribe una poesía?, ¿cómo se pinta un cuadro?, ¿cómo se compone una melodía? Son
preguntas difíciles de responder. Podemos arriesgar una hipótesis: todo empieza
con una idea.
Pero, ¿cómo aparece una
idea?, ¿cómo comienza un acto de creación?
En muchísimas ocasiones
una intenta responder estas preguntas, tira del hilito a ver qué sale. Pero es
apenas el rodeo de un asunto que es un poco oscuro porque participa de un
misterio. Y justamente por este misterio, por esta opacidad ES que el acto de creación tiene algo de
ineludible para el creador. Por eso el arte estará entre nosotros hasta que el
último ser humano viva. Eso misterioso, opaco al entendimiento emerge, y toma
el timón de lo que sea. Se traduce en movimiento que deja una marca. Un matiz
en la voz, un rasgo en la línea, una letra junto a la otra, que hacen un
sonido, una palabra, un verso, un golpe de cincel, un mínimo gesto en el
rostro, el instante en que se dispara el obturador de la máquina para sacar
una, esa, única foto.
¿Qué sucede en mí para
que algo íntimo, casi inasible, se haga movimiento y deje marca? Para que yo, creador, avance sobre alguna
cosa del mundo. ¿Cómo comienza la creación?
Comienza desde mí, muy
dentro de mí. Pero entonces, ¿es un acto solitario? Muchas veces lo es, sí.
Pero en otras ocasiones,
y aquí el misterio es todavía más enorme, la misma opacidad que da origen a algo
en uno, abarca a más de uno. Así sucede con las obras colectivas. Los coreutas
lanzan sus voces, cada una con matices particulares y todas juntas con un rasgo
definido: el conjunto es uno también. Tiene identidad de sonido. Todas juntas
las voces dejan una marca en el aire.
Un narrador empieza a
contar. El cuerpo, la voz, los gestos en algún momento lo toman, siente que se
enciende y justo ahí conecta de un modo particular con los que escuchan.
Algo de este misterio
puede ser compartido. No es lo único en un acto de creación, después vendrán:
el trabajo con la materia elegida, la técnica, un saber hacer. Sin embargo esta
opacidad estará siempre latente participando hasta el último instante. Y se
traspasará del mismo modo misterioso al que lee, escucha, contempla.
Cada libro tiene el
trabajo de muchas personas. Y siempre hay más de un creador. En especial, en los
libros destinados a la infancia que son objetos particularmente inclusivos, es deseable
se abran varias coordenadas de lectura. Que provoquen al lector desde más de un
flanco. Entonces participarán de su creación: el escritor, el ilustrador y el
diseñador como mínimo. Claro que algunas veces un acto de creación es el
pretexto para los otros. Que un texto inicial, que ha salido de vaya a saber
qué fondos del escritor, es sobre lo que orbitan las creaciones de otros
artistas. Así como una novela puede ser lo que motive la creación de una
película. Y no está mal. Es un diálogo. Además por extensión podría postular
que toda obra lleva en sí un diálogo infinito con muchísimas otras.
Sin embargo, cuando un
objeto ocupa a más de un creador como acto simultáneo, o en diálogo simultáneo,
la creación pide otras características. Me parece que hace falta un acompasamiento. Un encuentro armónico de
esas opacidades para luego dar lugar al saber hacer de cada quien. Si la
creación emerge del espacio íntimo de un artista, si son dos, habrá dos
intimidades.
No es fácil pero cuando
resulta, es potente.
Encontrarse con otro no
es cosa fácil. No digo estar en el mismo lugar al mismo tiempo, digo
encontrarse de verdad. Compartir las palabras, el tiempo y el silencio de la intimidad con
consentimiento mutuo. Y deseo. Dejar que el otro se acerque sin sentir una
intromisión. Desear que el otro se acerque.
Y cuando hablamos de la
palabra poética estamos en un territorio de fragilidad extrema. Cualquier
variación del trabajo con el tiempo, las palabras y el silencio pueden sentirse
como intromisión. Los encuentros piden sutileza.
Ya saben que si hay dos
lectores hay dos lecturas, hay dos diferentes búsquedas. No hay lecturas buenas
y malas. Puede haber, claro que sí, mayor compromiso subjetivo con la lectura.
También podemos hablar de lecturas enriquecidas por un recorrido denso e
intenso. Pero siempre estamos en la vía de la subjetividad. Y además ahí
elegimos quedarnos porque se trata de hablar de la creación. La lectura es también
un acto de creación. Y toda creación supone una lectura del mundo. Y de otras
obras.
Saben bien los
narradores que algunos autores, en especial los poetas, son muy susceptibles a
todo cambio en sus textos. Lo dice Laura
Devetach en su Construcción del camino lector:
Los
huecos, los silencios, los blancos, también son textos y por lo tanto factibles
de ser leídos.
Tiene que poder leerse lo indeterminado.
Al poeta le importan
muchísimo los silencios. Tal vez quisiera escuchar las palabras como estaban en
la voz que las ha traído hacia él. Pero
él ha soltado esa obra y ya es de los lectores. Y toda lectura será
otra. Sin embargo hay algo, esa opacidad, eso difícil de decir, que le da una
armonía al texto. El punto lírico. Algo muy frágil que se puede desmoronar con
facilidad.
Es un terreno en el que
el encuentro pide amor y cuidado.
Doy toda esta vuelta
para llegar al libro ilustrado o al álbum creación de dos. Verán hasta qué
punto es una situación humana que necesita “comprensión” (de la que habló Iris
ayer en el sentido que supera el entendimiento y dice de un verdadero encuentro
entre dos) y este estado de compresión no es ajenos a todos ustedes que
son/serán mediadores de lectura. Es un
estado que pide el mismo amor que a ustedes la situación de llegar con un libro
a otro lector.
Los escritores
trabajamos con imágenes y los ilustradores
trabajan con palabras. Cuando yo escribo tengo una imagen de la escena
que estoy contando. Cuando un ilustrador dibuja penden palabras de los
universos que traza. De manera distinta, claro. Pero hay una zona compartida. Y
cuando se trata de un trabajo de creación simultánea, es deseable que
esas sean zonas de encuentro. Lo que no significa necesariamente coincidencia.
Se trata más bien de diálogo. Apertura. Y honestidad.
A todos nos ha pasado
alguna vez ver una película después de haber leído un libro. Y sentir una
reacción emocional ante esos cuerpos distintos a los que nosotros habíamos
imaginado. Primero es de desacomodo porque nunca va a ser igual. Y luego es de búsqueda.
Puede ser mejor, puede haber aportado espesor o puede francamente
decepcionarnos. Uno puede sentirse traicionado. Y habrá que decirlo. Lo cierto
es que ninguna comprensión será inmediata. Habrá que dar tiempo a que las
opacidades se encuentren. Habrá que buscar cómo funcionan esos silencios en el
claro de la hoja. Habrá que dejar que se deslice en nosotros el trabajo que ha hecho
el ilustrador con su tiempo, su trazo y su silencio para comenzar a conversar
Apertura y honestidad.
Y también me parece que
cada vez será diferente porque cada obra es distinta. Del mismo modo que yo no
tengo una sola manera de vérmelas con mi escritura.
Tiempo, palabras y
silencio.
La idea que tengo del
trabajo con otro creador se parece un poco a la historia de “La viejita de las cabras” de
Ediciones del eclipse. El texto es mío, las ilustraciones de Dolores Pardo y el
diseño de Itsvan. Y puede que este libro trate también de lo que sucede cuando
dos hebras de materia distinta se unen en un mismo tejido para volar.
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