Intervención en la Jornada CEDILIJ 2016
Ojo ilustrado
La lectura en el centro de la imagen
La lectura en el centro de la imagen
¿Algo te mira en lo que ves?
Hoy
vengo a hablar un poco de atrevida y otro poco porque el modo extranjera me
gusta. Sobre todo cuando se trata de mirar. Me parece que uno mira diferente
cuando anda por lugares que son ajenos y producen extrañeza. Como cuando se viaja a un país lejano o a un
lugar que no es el barrio propio. Pero especialmente porque uno es extranjero
en relación a otros. No es posible pensar la extranjeridad desligada de otros, dice Julia Kristeva en su libro Extranjeros a nosotros mismos.
Y este
punto de vista me permite hacer foco sobre algo que me interesa, me voy a
correr de pensar lo que se mira (el
objeto, la imagen) para proponerles detenernos un momento en los que miran (los lectores) con la
ilusión de buscar algunas pistas sobre cómo hacer de mediadores, cómo auspiciar
encuentros interesantes entre personas diferentes (en edad, sexo, historias) y
sus experiencias con imágenes.
Y como
soy extranjera en el planeta de la ilustración lo primero que tengo son
preguntas.
¿Qué
es primero el huevo o la gallina?/
¿Qué
es primero el ojo o la mirada?
Porque
a simple vista parece que con los ojos bien puestos cualquiera mira,
¿cualquiera mira?, ¿alcanza con los ojos en perfecto funcionamiento para mirar?
Porque
si hay ojo, ¿eso asegura que haya mirada? Digo, si hay un órgano sano que
permite la visión, ¿se supone que hay una persona que mira? porque no es lo
mismo ver que mirar, ¿no?, ¿todos miramos lo mismo en lo que vemos?
¿Tiene
que haber visión para mirar?
¿O
para que el ojo construya una visión antes tiene que haber antes una
mirada?
Me
atrevo a formular una hipótesis de extranjera:
Quizá
para que la visión “se humanice” antes
tenga que haber una mirada.
Una mirada
como lo que entrama, nos hace parte de algo que ya está y de lo que
participamos un poco, nunca del todo, como para dar lugar al movimiento y la
pregunta.
Vuelvo
dos puntos atrás en el tejido:
Decía
Iris Rivera que hay una diferencia entre entender y comprender. “No es lo mismo entender que comprender. En
una conversación, no es lo mismo que tu interlocutor diga “te entiendo” a que
diga “te comprendo”. Entender tiene que ver con hacerse una idea, conocer,
inferir, deducir, pensar. Comprender, en cambio, tiene que ver con rodear algo
y acercarlo, acercárselo hasta llegar a incluirlo en uno mismo, así lo dice el
diccionario. El deseo de comprender lleva entonces el impulso de abrazar. El
deseo de entender lleva, en cambio, el de tomar distancia.”
¿Será
que el ojo entiende y la mirada comprende?
¿Y
cómo será entonces acompañar a construir una mirada?, ¿habrá que dar lugar al misterio?, ¿a lo que puede perderse de
distancia en el abrazo?
Me
gusta pensarlo así, dejar lugar para sentir lo que hay de propio en la
experiencia de la mirada y lo que se comparte con otro, incluso con lo que se
mira. Y más me gusta imaginar que en este movimiento de acercamiento-alejamiento
con lo que se mira hay un gesto de encuentro que no es fusión total porque
participa de un enigma. Todo abrazo es posible porque hay dos diferentes. Y esa
diferencia (que podríamos llamar amor y al amor podríamos llamarlo captura de
uno por otro) es lo que lo causa.
¿Lo
que se captura de una imagen es lo mismo para todos?
¿Las
imágenes tienen el poder de causar deseo de mirar?, ¿hay algo de deseo propio
en la relación que se construye con las imágenes? Si es así: ¿qué causa ese
deseo?
A
primera vista parece que la relación con las imágenes es inmediata. Pero si lo
pensamos un poco también hay algo que se demora en el tiempo. Una zona de lo
que se ofrece para ver: atrapa, uno queda colgado de algo de la imagen.
Capturado. Incluso podríamos pensar que uno es mirado por eso que mira. Y si
uno es mirado, se siente mirado por eso, es porque algo no se termina de entender
y entonces será necesario comprenderlo. Dejarse abrazar por eso. Perderse un
poco en eso como un misterio que envuelve. Como un abrazo.
Y
entonces los mediadores, los que acompañamos a construir mirada, podemos
comprender que hace falta tiempo para entrar a la zona íntima con la imagen.
Que un perderse ahí es necesario para volver y tomar distancia. Que hay un
trabajo subjetivo intenso en el mirar que tiene que suceder antes de apresurar
conclusiones. Que los libros de imágenes no son más fáciles, ni más rápidos de
leer que los que tienen textos para descifrar. Y que un último margen de “tiempo
privado”, encuentro ahondado con la imagen, parece imprescindible para que el
abrazo suceda.
Y
entonces vuelvo de los que miran (los lectores) a lo que se mira (el objeto
imagen) porque no toda imagen cultiva del mismo modo la experiencia de mirar en
lo que se ve. Algunas imágenes parecen dejar poco lugar para el atrapamiento,
para el enigma, uno pasa a vuelo de pájaro: las ve pero no las mira. Y a veces
no hay demasiado para mirar. Son planas. No interrogan, no lo dejan a uno
colgado. En cambio otras se ofrecen con cierto misterio para la visión que pide
un detenerse a mirar. Porque prometen algo más. Prometen otros placeres como
estos de los que habla la poesía de Denise Levertov:
PLACERES
Me
gusta descubrir
lo que
no se ve
a
simple vista, pero está
dentro
de algo de otra naturaleza,
en
reposo, escindido.
Las
plumas de vidrio, ocultas
en la
pulpa blanca: espinas de calamar
que
arranco y dejo en el colador
cuchillada
a cuchillada—
afiladas
por la velocidad como para traspasar
el
corazón, pero frágiles, la materia
desmintiendo
el diseño. O una fruta, el mamey,
envueltos
en áspera piel marrón, la carne
rosa-ámbar,
y el carozo:
el
carozo una gema de madera, tallado y
pulido,
de color nuez, con la forma
de una
castaña de Pará, pero grande,
tan
grande como para llenar
la
palma hambrienta de una mano.
Me
gusta el tallo jugoso que crece
rodeado
por la hoja más basta,
y el
resplandor amarillo-manteca
de la
copa estrecha donde la campanilla
se
abre fría y azul en una mañana calurosa.
http://cedilijargentina.blogspot.com.ar/
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